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La ciudad se quedó pequeña para tantos carros. Qué pereza los trancones. Sumarles, por ejemplo, uno de esos aguaceros de los que se va escuchando en la radio que ha provocado el cierre de varias calles porque las inundó. Saber que no serán solo algunos minutos los que se sumen al recorrido, sino que probablemente se llegue tarde a todo, aunque no haya necesidad de cumplir una cita de rigurosa puntualidad. Eso es peor.
No acostar a los hijos, la mascota a la que se le pasó la hora de salir, la comida que se enfrió frente a la pareja que resignada comprende la explicación con foto enviada al WhatsApp… en fin no estar para quienes nos aman. Para quienes con resignación, igual nos esperan, porque saben que ahí estamos: sentados tratando de ver a través de ese borroso parabrisas en el que siguen escurriendo las gotas que apenas deja ver como otro conductor se nos mete a la brava víctima del desespero -o la envidia- porque nuestro carril se mueve uno o dos metros más.
No se enojan porque intentan comprender que el chirrido desesperado del parabrisas y los pitidos innecesarios, durante la lucha por centímetros de calle, no son necesariamente nuestra elección. Pero quizá no perciben lo peor. El trancón en nuestra mente. Pensamientos sobre las deudas, el trabajo, la reunión del otro día, la forma en que se merecía esa persona que le respondieran… un caos. Y es temporada de lluvias, proyectan dos meses más de lo mismo. Pero, ¿para qué culpar a la lluvia si la mente y la vida seguirán en ese atasco? Ahí está el ruido.
El estoicismo está de moda. Lo redescubrimos. Nos dice que no se trata de aguantar, se trata de gestionar. Es una especie de lista de trucos prácticos para la vida, se centra en nuestra existencia aquí y ahora. Es sencillo, no solo un campo para académicos o una filosofía de nómadas espirituales que se retiran a las montañas o quizá a una pequeña casa frente al mar.
De Epicteto, uno de los más famosos estoicos que nació y vivió como esclavo gran parte de su vida, es la sobreexpuesta frase “hay cosas que podemos controlar y hay otras que no”. Como fluyen tus pensamientos -que siempre llegan- es algo que puedes controlar. El trancón, la lluvia, el patán que se atraviesa, no. Sí, como reaccionas ante ello. Marco Aurelio, el emperador estoico, fue más contundente: “podrías dejar la vida en este mismo instante. Que eso determine lo que haces, dices y piensas”. El estoicismo se centra en cómo vivimos.
Trucos prácticos. Así los llama William Mulligan en «Ser un estoico», su libro, que te los enseña todos.
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