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El umbral de atención de un pez dorado es de 9 segundos. El de una persona, en la actualidad, es de 8.2. Lo dice un estudio de Microsoft.
Ya no es secreto. En este mundo de exceso de palabras, videos, contenido viral… a atención se volvió el recurso más escaso. No importa cuán brillante sea una idea, si no logra ser entendida en segundos, muere.
Todos lo hemos sentido. Alguien empieza a explicar un proyecto, una propuesta o dar una conferencia, y en menos de un minuto las personas deciden si escuchar o no. Aunque se queden. Aunque miren hacia quién expone, la decisión está tomada antes de que termine la introducción.
Por eso, la clave no está en hablar más, sino en ordenar mejor. En los primeros segundos, el cerebro pide claridad, por ello, lo primero que debe responder un mensaje es: ¿qué es? No quiere antecedentes, quiere saber de qué se trata. Cuando ese paso se resuelve, surge la segunda pregunta. ¿Cómo funciona? Ahí la atención se mantiene porque se conecta con lo práctico.
Solo entonces aparece la tercera fase en la que se responde a si se puede confiar en que es real. Datos, ejemplos, historias, lo que dé credibilidad. Y al final, lo más sencillo. ¿Puedes hacerlo? Si ya convenciste en lo esencial, lo logístico se vuelve un detalle.
Esa estructura -qué es, cómo funciona, por qué es cierto y cómo se concreta- se puede aplicar a una presentación de ventas, a un pitch de emprendimiento o incluso a una conversación cotidiana. Es un antídoto contra la tentación de impresionar con títulos, logros o largas explicaciones. Lo que más vale es la claridad.
Tres minutos bastan para transmitir lo que importa. No se trata de recitarlo de memoria, sino de filtrarlo hasta lo esencial. En lugar de querer decirlo todo, elegir lo necesario. En lugar de adornar, simplificar. El orden correcto hace que lo complejo se vuelva evidente y que la audiencia sienta que entiende, no que sobrevive a un discurso.
Hay ya que asumir que la verdadera seguridad no se transmite con más palabras, sino con menos. Con un mensaje que se sostiene solo, sin necesidad de adornos ni cierres forzados. La simplicidad no es debilidad, es confianza.
Eso es lo que enseña Brant Pinvidic en su libro ‘La regla de los 3 minutos’, habla menos y convence más. Un método nacido en Hollywood para vender programas de televisión y que hoy se aplica a cualquier idea, negocio o proyecto. Una fórmula que recuerda lo esencial. En tres minutos puedes perder a tu audiencia… o ganarla para siempre.
El comercio no es una guerra silenciosa entre compradores y vendedores. Es un intercambio voluntario en el que ambas partes ganan, siempre