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«Ok, los puedes mover, tu médula está bien, tranquilízate». Alba estaba tirada en el suelo, junto al andén contra el que se estampó su cuerpo. Tenía entonces 16 años. Aunque nunca tendría claridad de cuántas vueltas dio hasta que ese borde de cemento la detuvo, sí podía calcular que fueron unos 10 metros por los que su humanidad rodó sin control. A los 14, había declarado una guerra cruel, violenta y sin piedad contra quien nunca debió hacerlo, pero las consecuencias, terminaron por ayudarla a salvarse.
A esa edad, mirándose al espejo, se repetía incesantemente “lo gorda y fea que estaba”. “Nariz grande, frente amplia, más barriga de la que deseaba y unas piernas gruesas y más cortas de lo que me gustaría” era lo que se decía al dedicarse con sumo cuidado a autodestruirse.
Los amigos que enriquecían su vida eran muy especiales, jóvenes imperfectos de su misma edad. “Gordos, flacos, miopes, bizcos, cojos, con papadas”, pero ella no reparaba en esos insignificantes aspectos. Le parecían las personas más maravillosas del mundo; sin embargo, lo que se veía en sí misma le parecía totalmente intolerable.
Ana tratando de corregir esos defectos, que mentalmente se repetía, se hablaba de la forma en que sería incapaz de hablarle a otra persona y allí estaba prácticamente la clave del camino de autodestrucción que estaba tomando. Lo que evaluaba como “defectos inaceptables” los enfrentó con ejercicio y dietas. Los dos en exceso y compulsivamente. Un año después fue diagnosticada con un trastorno de la conducta alimentaria. Prefirió la terapia psicológica que la psiquiátrica con medicación de psicofármacos. Y fue su mejor decisión.
Tras un trabajo arduo de aceptación propia, se enfocó en su diálogo interno, en la forma en que se comunicaba consigo misma. Dimensionó que las palabras que se decía tendrían siempre consecuencias poderosas, como aquellas que se dijo tirada en el asfalto, tras volar por los aires y rodar sin control, porque un carro que no respetó el semáforo en rojo se llevó por delante la moto en que iba como pasajera. Aún con el casco puesto se dijo «Vale, Alba. Ya has parado. Mueve los dedos de los pies… ok, los puedes mover, tu médula está bien, tranquilízate».
Alba Cardala se convertiría en una psicóloga experta y escribiría “Cómo dejar de ser tu peor enemigo” en el que, a través de técnicas y sustento científico, te responde quién le marca los límites a tu propia voz interior cuando te habla desde la hiperexigencia, la desconsideración y la falta de compasión. Pero en últimas, lo escribe para que no permanezcas tú en un frío y duro asfalto emocional.
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