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En uno de sus viajes a Colombia, un viejo amigo que hoy dirige los servicios de emergencia en el condado de Virginia, en Washington, me confesó algo que parecía dolerle más con los años: “me fui, salí adelante, tengo una vida estable, seis hijos hermosos y una esposa maravillosa, pero cada vez que regreso a Colombia me arrepiento de haberme ido”.
Su historia no es única, es, de hecho, la historia de muchos colombianos que emigraron buscando un mejor futuro, y que en el camino encontraron progreso económico, pero también una profunda nostalgia. En su caso, el éxito no ha sido esquivo, tiene un cargo importante, ha construido un hogar sólido, y, sin embargo, hay un vacío que ninguna estabilidad material ha logrado llenar: la ausencia del calor humano que define a Colombia.
El concepto de amistad en Colombia es particular, aquí los amigos se cuentan por afinidad, por memoria compartida, por historias que se cruzan desde la infancia hasta la adultez; En las sobremesas eternas, en los abrazos que no piden permiso, en los saludos con nombres completos, está ese sentido profundo de pertenencia que hace que, al otro lado del mundo, incluso entre logros, muchos colombianos lloren en silencio.
Según cifras de Migración Colombia y el Dane, más de cinco millones de colombianos residen en el exterior, siendo los principales destinos Estados Unidos, España, Chile, Canadá y México. Muchos han huido por razones económicas, otros por seguridad, y otros por amor o estudios; la migración ha sido una constante en la historia reciente del país, especialmente desde los años 90. Sin embargo, lo que sorprende no es tanto el número, sino lo que dicen cuando regresan, aunque sea de visita: “esto es otra cosa”, “uno allá sobrevive, pero aquí se vive”, “en Colombia se siente el alma”.
La soledad en el extranjero es una soledad distinta, es más que la ausencia de personas: es la ausencia de códigos culturales compartidos, de referencias comunes, de una sonrisa que entiende sin que se diga nada, como dice mi amigo es la soledad del que ya no se siente completamente de aquí ni completamente de allá, es un limbo emocional que, en muchos casos, solo se resuelve volviendo -aunque sea por unos días- a caminar las calles donde uno aprendió a ser.
En el artículo 9° de la Constitución Política de Colombia establece que ningún nacional colombiano podrá ser obligado a salir del país ni impedido de ingresar a él. Y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en su artículo 12, se garantiza el derecho de toda persona a entrar en su propio país. No se trata solo de un asunto jurídico: es una declaración de dignidad. El destierro es una forma de muerte civil. Porque la patria -más allá del territorio- es donde están los recuerdos, el idioma del alma, los muertos queridos y los vivos entrañables.
Quizás por eso la canción Mi viejo San Juan, interpretada por Javier Solís, se ha convertido en un himno para quienes han partido. Aunque es un canto a Puerto Rico, bien podría hablar de cualquier país: “Adiós, adiós, adiós, borinquen querida, tierra de mi amor”. Y es que el amor por la tierra también es verdadero amor, no es un amor idealizado, sino un amor probado en la distancia, reafirmado en la ausencia, sostenido por la memoria.
Amar la patria es sentir que algo esencial de uno se quedó entre las montañas, en las plazas, en las conversaciones a media tarde, es entender que uno puede estar bien en otro lugar, pero completo, solo en su tierra; Por eso todos los que emigran, seguirán volviendo, porque, aunque se hayan ido, parte de su corazón sigue en Colombia, y eso, como todo amor verdadero, no necesita explicación.
Lo bueno de este panorama es que los gritos de Petro en su cuenta de X -o en sus desatinados discursos- ya no los escucha nadie. Su voz empieza a desaparecer
Si la fuerza laboral se reduce, la tasa cae aunque el país no esté generando trabajos nuevos o decentes. Eso es lo que vivimos. La Tasa Global de Participación descendió hasta 63.9% en octubre
“Aquellas empresas que se relajen al mundo menguante de los bienes y servicios quedarán irrelevantes. Para evitar este destino, debes aprender a montar una experiencia rica y cautivadora”. B. Joseph Pine II