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Durante décadas las democracias occidentales fueron sinónimo de progreso y desarrollo. No obstante, hoy enfrentan una creciente parálisis institucional que contrasta con la velocidad y eficacia del modelo autoritario chino. Mientras que en EE.UU. y Europa occidental proyectos estratégicos se estancan por trámites, consultas, y polarización política, China ejecuta megaproyectos con una rapidez y visión de largo plazo sorprendentes. Todo ello gracias a su sistema de partido único que garantiza continuidad y centraliza la toma de decisiones.
En China la construcción de trenes de alta velocidad, aeropuertos o represas demuestran la enorme brecha en capacidad de ejecución con Occidente. En este lado del mundo se avanza poco a causa de una maraña regulatoria, demandas judiciales, licencias interminables y gobiernos que deshacen los avances del anterior. Esta puede ser una de las razones del auge del populismo occidental. El hecho de que los políticos prometan mucho y ejecuten poco causa gran frustración ciudadana y la hace más vulnerable a los cantos de sirena de políticos inescrupulosos.
En Colombia los efectos de esta manera de operar son aún más críticos. Proyectos clave como la hidroeléctrica de Hidroituango enfrentan retrasos significativos por consultas previas, politización y demandas ambientales. Otros dos ejemplos ilustran de manera aún más cruda esta realidad. El primero de ellos es la prohibición de la aspersión aérea para erradicar cultivos de coca y el segundo es el veto al fracking.
En ambos casos decisiones tomadas con argumentos ideológicos y poca base científica han tenido consecuencias negativas en seguridad, desarrollo económico, autosuficiencia energética y control territorial. El dogmatismo le ganó al pragmatismo. El auge del progresismo -con énfasis en la participación, la inclusión y el ambientalismo- ha elevado tanto las barreras burocráticas que se termina impidiendo el avance de obras esenciales para el desarrollo del país.
Que conste que no estoy planteando una defensa del autoritarismo, sino más bien una advertencia. Si las democracias no encuentran formas de ser más eficientes sin renunciar a sus valores, perderán relevancia frente a modelos más ejecutivos como el chino o el vietnamita. La solución puede estar en una gobernanza tecnocrática con legitimidad democrática. Este sistema combinaría la capacidad de acción del modelo chino con los controles y libertades propias de las democracias occidentales.
Para lograr un gobierno más ejecutivo, podríamos pensar en crear agencias técnicas independientes con autonomía financiera, procesos simplificados y mandatos de largo plazo, capaces de ejecutar proyectos estratégicos sin estar sujetas a volatilidad política o ideológica. También se podría replantear la figura de la consulta previa, dándole a esta un carácter deliberatorio pero sin el poder de veto absoluto que tiene hoy día. Igualmente, se deben establecer planes de desarrollo de largo plazo protegidos de los ciclos electorales.
En resumen, es urgente cambiar el modelo actual hacia uno que permita al Estado actuar con decisión y eficacia, al mismo tiempo que respeta los derechos y la institucionalidad. Sin ejecución no hay progreso posible. Y mientras nosotros debatimos ad infinitum, en otras latitudes no titubean en construir el futuro.
El comercio no es una guerra silenciosa entre compradores y vendedores. Es un intercambio voluntario en el que ambas partes ganan, siempre