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Analistas 20/08/2022

Ideas para el campo

Juan Alberto Londoño Martínez
Ex viceministro de Hacienda

A propósito de los innumerables anuncios que se han venido haciendo por parte de los ministros de la nueva administración, solo nos queda esperar que en su afán de aterrizar las ideas que han ido expresando a lo largo de estos días, no se destruyan empleos, no se ahuyenten los capitales tan necesarios para el desarrollo económico y que el respeto a la diferencia sea algo más que un discurso y se convierta en un principio universal de obligatorio cumplimiento.

Resulta necesario efectuar una reflexión sobre el desarrollo del campo que el gobierno pretende promover, no sin antes mencionar, que en el énfasis que realizó en la construcción de una economía des-carbonizada (a la cual todos aspiramos), omitió un elemento fundamental; el desarrollo de una prosperidad en el campo también des-carbonizado.

Nuestra agricultura actual, depende de las importaciones de abonos químicos producidos en Ucrania, Rusia, China o India, y es un ejemplo de la agricultura dependiente del petróleo que se ha impuesto en el mundo y que llegó a Colombia gracias al impulso de los gobiernos posteriores a la segunda guerra mundial. En su afán de deshacerse de los stocks de armas químicas desarrolladas en la guerra, se le enseñó al campesino, al agrónomo, al investigador y al que autoriza los créditos, que sin insecticidas, herbicidas, fungicidas y abonos químicos no se podía hacer agricultura, creándose así un círculo vicioso donde la industria química, dueña de las empresas semilleras, modifican el valor de sus productos para que las utilidades que antiguamente capitalizaban al productor rural terminen en sus bolsillos.

Esa es la razón por la cual, a pesar de todos los subsidios que se otorgan a los productores rurales en Europa o Estados Unidos, cada día tienen menos personas en el campo, ya que miles quiebran todos los años mientras la industria química es aún más prospera. Si se quiere construir una economía de la vida, el primer paso es construir un agricultura de la vida, para lo cual subsidiar los precios a los campesinos no solo es irrelevante, sino que perpetúa su actual pobreza ya que los mantiene esclavos de la agricultura química que destruye nuestros suelos y envenena nuestras aguas.

Ya es la hora para que los recursos que el Estado destina al sector agropecuario, incrementen la productividad real del campo, con la adopción y certificación de la agricultura orgánica, siendo el único sector de la agricultura que crece en Europa o Norte América. El campo colombiano necesita extensión agropecuaria real y para todos, basada en los principios de la agricultura y ganadería regenerativas, con investigación y desarrollo de sistemas productivos adaptados a la agricultura orgánica, sistemas agrosilvopastoriles, así como explotación de maderas finas tropicales. Se requiere un modelo educativo que no esté patrocinado, dirigido y abducido por la industria agro química, que captura los esfuerzos económicos que realiza hoy el país, traduciéndolos en rentas solo para ellos, haciendo más dependientes a los productores del campo y comprometiendo nuestra soberanía alimentaria.

También se debe capitalizar la riqueza ambiental que el país, las comunidades y las personas poseen, desarrollando el sector maderero, explotando de forma racional nuestros bosques públicos y privados, promoviendo su regeneración y uso racional, con el fin de evitar el gran problema de deforestación, transformándolo en una actividad económica lucrativa para el Estado y la sociedad.

Es errado pretender subsidiar la adquisición de maquinaria de gran tamaño cuando las propiedades en las que nuestros campesinos desarrollan sus actividades son minifundios que no pueden sufragar semejantes costos, deben buscarse formas para que la rentabilidad llegue efectivamente a sus modelos productivos, promoviendo la adopción de tecnología en maquinaria agrícola de última generación, adaptada a la tracción animal e ideal para el pequeño y mediano productor rural.

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