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En un país con tantos pendientes en materia de infraestructura, vale la pena hacer una pausa -en el camino y para reflexionar- cuando una obra logra transformar la vida de miles. La Transversal del Sisga es una de esas rutas que, más allá del asfalto, ha tejido nuevas oportunidades para las comunidades que conecta, y para los viajeros que se atreven a descubrir lo que por años permaneció oculto entre montañas, túneles y sabanas.
Esta carretera de 137 kilómetros, que inicia en el embalse del Sisga y culmina en Aguaclara, Casanare, atraviesa las montañas orientales de Cundinamarca y Boyacá antes de descender hacia los Llanos. Pasa por zonas de compleja geografía, y fue durante décadas una promesa incumplida: con tramos de tierra, frecuentes derrumbes y un mantenimiento limitado, el viaje era lento, incierto y muchas veces peligroso.
La historia cambió con la concesión otorgada por la ANI en 2015. El contrato implicó una inversión cercana a $1,6 billones, destinados a la rehabilitación de toda la vía, construcción de obras de contención, ampliación de bermas, y adecuación de 15 túneles con más de 7 kilómetros en total. Se intervinieron más de 50 puntos críticos, y aunque la topografía sigue presentando retos -como el estrechamiento de la calzada en tramos geológicamente inestables- el salto en calidad y seguridad vial ha sido evidente.
El corazón de esta historia late en los municipios que atraviesa. En Macanal y Santa María, el turismo alrededor del embalse La Esmeralda ha crecido sostenidamente. Aventura, pesca deportiva, recorridos en kayak y caminatas ecológicas son hoy parte de la oferta. En Chivor, el pueblo que da nombre a la central hidroeléctrica construida entre 1969 y 1982, hay una nueva generación de emprendedores rurales que ve en el turismo una alternativa viable. Posadas familiares, restaurantes que usan productos locales y guías comunitarios dan cuenta de una economía en transición.
Guateque, con su arquitectura de tradición y su renovada plaza central, se ha beneficiado del flujo constante de viajeros que hoy prefieren rutas alternas al llano. La mayor presencia de visitantes ha dinamizado el comercio y recuperado el optimismo en una región que por años estuvo desconectada. En San Luis de Gaceno y más adelante en El Secreto, ya en Casanare, los testimonios se repiten: el acceso a mercados mejoró, los tiempos de viaje se redujeron, y nuevas inversiones comenzaron a llegar.
Aunque no existen cifras precisas sobre el crecimiento turístico derivado de la vía, un dato es revelador: durante los cierres de la carretera al Llano por derrumbes en 2023 y 2024, el tráfico vehicular en la Transversal del Sisga se incrementó hasta en un 80%. Este flujo expuso a miles de colombianos a una geografía poco conocida, que ahora se esfuerza por mantenerse en el mapa.
Los retos persisten. En 2024, la creciente del río Lengupá obligó al cierre de la vía y a declarar la calamidad pública en varios municipios. Las lluvias intensas siguen cobrando factura, recordándonos que la infraestructura debe ir siempre acompañada de gestión del riesgo y mantenimiento constante. Pero el balance general es positivo. La Transversal del Sisga ha demostrado que una vía bien planeada y ejecutada no solo reduce tiempos: también reconfigura el destino de una región entera.
Por eso esta columna no solo es una reflexión, sino también una invitación. A tomar la vía. A recorrerla con calma. A detenerse en una curva y respirar el aire de montaña. A remar sobre las aguas tranquilas del embalse La Esmeralda o almorzar una trucha fresca con vista a las laderas verdes de Boyacá. A seguir bajando, dejar atrás los túneles y encontrarse con la planicie del Casanare, donde el horizonte parece no tener fin.
En tiempos en que las noticias suelen estar marcadas por la frustración y la demora, vale la pena celebrar cuando una obra cumple su propósito: unir, dignificar y sembrar futuro. La Transversal del Sisga es una de ellas. Una carretera que no solo lleva a destino, sino que -en el trayecto- transforma.