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Analistas 15/11/2013

Salario mínimo y productividad

Jorge Iván González
Profesor de U. Nacional y Externado
La República Más
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En las discusiones sobre el salario mínimo se toman como referentes la inflación y la productividad. Algunos economistas consideran que no es adecuado fijar un salario normativo porque el nivel salarial lo tendría que definir el mercado, de acuerdo con las condiciones de la oferta y la demanda. No comparto esta posición porque la fijación normativa del salario mínimo tiene ventajas intrínsecas.

La cifra de inflación que se debe utilizar para determinar el salario mínimo es la del año anterior y no la inflación esperada. La jurisprudencia, con razón, ha considerado que la capacidad adquisitiva se conserva cuando la fijación del salario tiene en cuenta la inflación anterior. Esta posición no la comparten los banqueros centrales, porque consideran que si el salario se determinara en función de la inflación esperada, se reducirían las presiones inflacionarias.

El asunto más complejo tiene que ver con la definición y la estimación de la productividad. En lugar de optar por una medida sencilla de productividad, como la relación entre el valor agregado y el empleo, a la mesa de negociación del salario mínimo se suele llevar una medida de productividad sofisticada, la llamada productividad total de los factores (PTF). Esta medición resulta de una caja negra, que nunca es transparente, ya que los resultados de las estimaciones dependen de las particularidades subyacentes a cada modelo econométrico. 

La función de producción agregada inspirada en Cobb y Douglas permite introducir tal cantidad de supuestos, que el valor de la productividad es muy frágil desde el punto de vista metodológico, ya que termina dependiendo de los criterios que guían la modelación. La cifra resultante no es objetiva. Es la expresión de la novela imaginada de quien hace el cálculo.

En los años cincuenta, cuando Solow analizó la función de producción Cobb y Douglas, concluyó que el capital y el trabajo a duras penas explicaban 12,5% de las variaciones del producto. El resto (87,5%) es, en palabras de Solow, “la expresión de nuestra ignorancia”. La literatura posterior, en lugar de aceptar que no sabemos, ha llamado al “residuo” de Solow, la productividad total de los factores. En este mundo de imponderables se presentan cálculos arbitrarios como verdades científicas.

Cuando el gobierno llega a la mesa de negociación con una estimación de la PTF debería declarar, desde el comienzo, que se trata de una cifra imaginada a partir de la cual se inicia una discusión política. Es un despropósito considerar que la PTF refleja las variaciones reales de la productividad de los factores. La negociación del salario mínimo tiene dimensiones políticas que no se pueden esconder detrás de unas ecuaciones, que finalmente no son más que la expresión de los juicios de valor de quien las realiza.

En la mesa las partes deberían acordar tres principios sencillos: 1) el salario mínimo debe subir cada año un poco más que la inflación anterior (por ejemplo, 2 ó 3 puntos), con tres objetivos: reducir la desigualdad, incentivar la demanda agregada y estimular el aumento de la productividad. Estos resultados favorecen a los trabajadores, a los empresarios y al conjunto de la economía. 2) rechazar como parámetro de discusión la PTF estimada a partir de una función Cobb Douglas. Si se requiere alguna medida, debe buscarse una más sencilla, como la productividad media (valor agregado/empleo). 3) aceptar que el debate sobre el salario mínimo también es un asunto político.

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