Populismo constituyente

En el fondo, detrás de las discusiones alrededor del nombramiento del rector de la Universidad Nacional, subyace el populismo constituyente. Si, de acuerdo con el Consejo de Estado, el nombramiento de José Ismael Peña fue legítimo, y el de Leopoldo Múnera no lo fue, la conclusión lógica, en este caso muy cercana al sentido común, debería ser que la rectoría tiene que estar en manos de Peña. No obstante estas evidencias, el Consejo Superior Universitario, desconoció las sentencias del Consejo de Estado e hizo un encargo en la rectoría, que deja por fuera a Peña. En la historia de nuestra sociedad, el legalismo jurídico nunca ha sido garantía de justicia, ni de imparcialidad.

En la raíz de este conflicto subyace la pregunta por la legitimidad del voto mayoritario de los estudiantes en el proceso de designación de la dirección de la universidad. Cuando el Consejo Superior nombra a Peña, Múnera se declara en desobediencia civil, argumentando que el voto mayoritario de los miembros de la comunidad universitaria debería ser determinante en la elección de rector. Y siguiendo esta lógica argumentativa, durante su mandato Múnera se dedicó a consolidar la llamada constituyente universitaria.

No es cierto que la constituyente sea una expresión de la autonomía universitaria. ¡Todo lo contrario! La constituyente lleva a la negación de la esencia de la autonomía, que nace de la ciencia y de la escuela del saber. La constituyente niega que la autonomía se consigue a través de un cuidadoso proceso meritocrático, que está anclado en el poder intrínseco de la ciencia.

No es pertinente poner de ejemplo la reforma universitaria de Córdoba de 1918. No es aceptable, como se dijo por aquellos días, que la comunidad universitaria es una “república de iguales”. Esta visión olvida que la autonomía se fundamenta en el poder de la ciencia, y no en la fortaleza de las prácticas de la democracia representativa. La búsqueda del conocimiento es un proceso jerárquico. Allí no hay cabida para la supuesta igualdad entre los miembros de la comunidad.

La constituyente universitaria pretende introducir lógicas de participación democrática en el espacio universitario que, por su misma naturaleza, es jerárquico. No se puede identificar la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que es el principio fundante de las sociedades democráticas, con el espacio de las comunidades académicas. En el mundo universitario unos saben y otros aprenden. Los maestros enseñan, y los estudiantes toman nota. El saber no nace de las reuniones estudiantiles, en ámbitos como la constituyente universitaria. El estudiante, en tanto aprendiz, no están en capacidad de entender las artes de quien se ha constituido en maestro. Y no tiene sentido que estas asambleas definan el camino que debe seguir la ciencia y la universidad. Mucho menos, que elijan, de manera directa, al rector y a las directivas de la universidad.

En las discusiones alrededor del nombramiento del rector, la Nacional ha dejado de lado un examen autocrítico. Se niega a reconocer sus errores. La autonomía no es una gratuidad. Tiene que ser conquistada en el quehacer cotidiano. La universidad debería estar en capacidad de entender que la sociedad reconocerá la autonomía únicamente si la institución hace bien su tarea, y si sus ejercicios en la búsqueda del conocimiento son responsables. Claramente, esta autonomía no es absoluta. El populismo constituyente no es el camino.