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Analistas 03/10/2025

La paz perpetua

Jorge Iván González
Profesor de U. Nacional y Externado

La guerra continúa en Gaza y Ucrania. En Colombia la paz total ha sido un fracaso. En el mejor de los casos, se ha logrado una paz parcial, que presenta como su mejor éxito, los acuerdos en Nariño.

En medio de tanto conflicto es conveniente reflexionar sobre las condiciones de posibilidad de la paz perpetua. En su célebre texto, Kant se pregunta si este ideal únicamente será posible en los cementerios, cuando todos estemos muertos.

En su lectura del premio Nobel, Aumann, teórico de juegos, y profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, se hace la pregunta por las razones que llevan a los seres humanos a hacer la guerra. No se trata de indagar por conflictos específicos, como el de Israel y Palestina, sino por la guerra en general. Retoma las preguntas de Kant, y le hace un homenaje a León Tolstoi, el gran maestro de la guerra y la paz.

Todas las guerras, dice Aumann, se han hecho a nombre de la paz. Cita a Lincoln: “Ambas partes desprecian la guerra, pero una va a la guerra buscando que la nación sobreviva. Y la otra, opta por la guerra para evitar que la nación perezca. Y, entonces, la guerra comienza”. No obstante, todos los argumentos a favor de la guerra, el acuerdo final, el que resulta de una serie de juegos repetidos, termina siendo muy similar al que se habría alcanzado en el primer juego, si las partes hubieran aceptado la negociación en lugar de irse a la guerra. La diferencia entre el primer juego y la solución final, a la que se llega después de una serie de juegos repetidos, es miles y millones de muertos. La dolorosa guerra con las Farc terminó en un arreglo, cuyo eje central es la reforma rural integral. A este acuerdo razonable se hubiera podido llegar desde aquellos días en los que liberales radicales como Juan de la Cruz Varela pedían que se les titularan los predios en Sumapaz.

El problema, volviendo a Kant, es que “la paz entre hombres que viven juntos no es un estado de naturaleza; el estado de naturaleza es más bien la guerra”. Por tanto, la paz tiene que ser “instaurada”. Y para ello se requiere que el Estado sea de naturaleza republicana, cumpliendo tres condiciones. La primera, es la “libertad” de los miembros de la sociedad. La segunda es su “dependencia” de una única legislación común. Y la tercera es la “igualdad” de todos como ciudadanos.

Frente a estas exigencias republicanas, la democracia se queda corta. En el orden republicano únicamente se puede ir a la guerra con el consentimiento de los ciudadanos porque “ellos han de sufrir los males de la guerra”. Y si se cumple plenamente esta condición, tal vez nunca se vaya a la guerra.

La democracia fácilmente cae en despotismo, y por tal razón la federación de Estados libres tiene que estar anclada en los principios republicanos. La sociedad contemporánea está lejos de este ideal kantiano. La ONU ha terminado siendo un espectador pasivo, y la “hospitalidad universal” que se derivaría de los estados republicanos, ha terminado ensangrentada en el genocidio de Gaza. La impotencia de las naciones europeas niega los principios liberales que fundaron la modernidad. A pesar de todo, es legítimo soñar con la “federación de paz” que, en palabras de Kant, se distingue del “tratado de paz”, porque este acaba con una guerra y aquella pone término a toda guerra. En las condiciones actuales, el escenario es pesimista. Estas guerras continuarán. Y habrá nuevas guerras. Con dolor nos tocará aceptar que la paz perpetua únicamente será posible en los cementerios.

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