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La semana pasada, el equipo Visma conquistó la Vuelta a España. En medio de la emoción, tuve una revelación que me llevó a una reflexión profunda. En el ciclismo, el gregario es el corredor silencioso que abre camino, protege al líder del viento, regula el ritmo y se sacrifica, de ser necesario, para que el líder cruce la meta. No aparece en portadas ni levanta los brazos en el podio, pero sin él la carrera se pierde. Esa metáfora describe el papel de la banca en la economía colombiana: somos el gregario. Trabajamos sin descanso, allanamos la ruta para que hogares, empresas y proyectos logren llegar al final de la etapa.
Sin embargo, este gregario comienza a fatigarse. No por falta de convicción, sino por tres grandes cargas que hoy lo debilitan: tributación excesiva, inestabilidad jurídica y represión financiera. Tres obstáculos que, como montañas empinadas, restan velocidad justo cuando más necesitamos empujar la economía.
Primero, los impuestos. La banca no evade su responsabilidad fiscal, pero es necesario hacer un alto en el camino. Hoy la tasa de renta corporativa para la banca es de 40%. En el mundo solo la superan cuatro países (Islas Comoros, Bangladesh, Papúa Nueva Guinea y Brasil). Si al recaudo de renta le sumamos las demás cargas tributarias, lo que llamamos el Government Take, el pago de impuestos equivale a 58% de nuestras utilidades antes de impuestos. Es decir, de los 12 meses del año, de enero al primero de agosto trabajamos exclusivamente para cumplir obligaciones fiscales. Un gregario deshidratado no ayuda al líder y a la banca esa sobrecarga le resta margen para cumplir su propósito social.
Segundo, la incertidumbre jurídica. En promedio, por legislatura, se presentan 197 proyectos de ley con impacto negativo para el sistema financiero. Afortunadamente el Congreso, con buen criterio, ha archivado la gran mayoría. Pero a esto se suman los retos que tiene la industria para ser competitiva. Queda, en este contexto, un largo camino para reducir la sobrecarga regulatoria, tarea que adelantamos de la mano de la Superintendencia Financiera y la URF. Un gregario no necesita palos en la rueda.
Tercero, la represión financiera. Muchas medidas se presentan bajo el sombrero de la prudencia regulatoria y la protección al consumidor, pero en la práctica limitan el crédito, encarecen servicios y restringen la innovación. Dos ejemplos: la tasa de usura en Colombia bordea 25%, lo que abre espacio al gota a gota; y la limitación de tiempos en centrales de riesgo, lo que restringe el acceso a información, un elemento clave para la inclusión financiera.
Pese a todo, este gregario no renuncia a su misión. Hemos marcado el ritmo de la reactivación con $52 billones adicionales irrigados a la economía a través del Pacto por el Crédito y hemos desembolsado 9,1 millones de créditos para las Pyme. Cortamos el viento para innovar, destinando $1,7 billones al año en tecnología. También enfrentamos a dos rivales: la pobreza y la crisis climática. Por cada billón adicional de cartera, cerca de 7.000 personas salen de la pobreza. Y hemos colocado $134 billones en cartera sostenible, 20% del total.
El gregario no reclama medallas, pero necesita hidratación, terreno firme y reglas claras. Si se le asfixia con impuestos, se le desorienta con incertidumbre o se le frena con represión financiera, no cumplirá su papel. Y cuando falla el gregario, pierde toda la economía. Las carreras de ciclismo solo se ganan de la mano del gregario… y la economía colombiana solo crece de la mano de su banca.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente