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Pese a que su votación fue la más alta alcanzada por un colombiano en una primera vuelta electoral, el discurso de Iván Duque el pasado domingo no fue una prepotente reivindicación de su victoria, ni mucho menos un combativo grito de guerra de cara a la segunda vuelta.
El de Duque fue, por el contrario, el discurso de una persona que reconoce que - de llegar al poder - debe gobernar para todo un país sin caer en las trampas del maniqueísmo polarizador ni de los retrovisores revanchistas. Dado que el candidato renuncia a los apoyos a cambio de prebendas, su oferta para ganar adherentes se torna fundamentalmente programática, endulzada con ideas y no con mermelada, negociada con programas y no con clientelismo.
¿Cómo puede, en este contexto, tender puentes ideológicos que lo acerquen a quienes lo atacaron tan enérgicamente durante la campaña? La respuesta está no solo en el talante del candidato, sino en el diseño mismo de su propuesta de gobierno.
Lo primero que cabe mencionar es que el centro al que se refiere Iván Duque en sus planteamientos no es un lugar común ni un parafraseo de la tercera vía.
Su ponderación no resulta de una tibieza de carácter, sino que es una respuesta racional a la complejidad de los problemas de Colombia. Cabe prever entonces un sano balance que vendrá dado por el pragmatismo y no por la inacción, tal como se puede evidenciar en varios apartes de su programa.
Un primer ejemplo es el tamaño del Estado. Duque reconoce en el colombiano un gobierno ineficiente, lleno de duplicidades y con gastos excesivos, que de racionalizarse podrían convertirse en ahorros que se transferirían a compañías y ciudadanos a través de una menor carga tributaria. Sin embargo, ese rebalanceo público-privado no viene de la mano de un desmantelamiento del Estado.
Por el contrario, la eficiencia de la administración pública convive con la provisión de servicios sociales que en algunos casos llega ser incluso de corte Bismarkiana, incluyendo - entre otros - un generoso programa de asistencia al adulto mayor, un ambicioso programa de vivienda focalizado en los más pobres y facilidades de acceso a la educación superior para todos y no solo para unos cuantos.
Así como no duda en proponer rebajas de impuestos para las empresas, en lo cual coincide con candidatos como Vargas, tampoco se ruboriza cuando propone fortalecer el brazo protector del Estado, en lo que tiene semejanzas con candidatos como De La Calle, Fajardo y el mismo Petro.
Otro ejemplo que ilustra bien el espíritu pragmático del programa es su aproximación a los hidrocarburos.
Duque insiste en la necesidad de utilizar la riqueza del subsuelo para erradicar la pobreza del suelo, con lo que desecha la peregrina y autodestructiva idea de sabotear la producción minero-energética. Sin embargo, tiene cuidado con tres cosas. Primero, insiste en la necesidad de contar con un verdadero fondo de estabilización, con capitalizaciones serias y no simbólicas, que nos permita evitar una nueva enfermedad holandesa y nos ayude al manejo contracíclico de la política fiscal.
En segundo lugar, combina su simpatía hacia estos sectores con la decisión de conducir, por fin, un programa de transformación pro- ductiva que vuelque la econo- mía nacional hacia sectores de mayor valor agregado, intensidad de empleo, innovación, exportación e inserción en las cadenas globales de valor.
Finalmente, combina la exploración con el cuidado del agua y una nueva arquitectura institucional que salvaguarde nuestra riqueza ambiental. El candidato entonces abraza la producción minero-energética al tiempo que diseña una estrategia para reducir la dependencia al petróleo, corregir los desajustes macroeconómicos y garantizar la sostenibilidad ambiental, preocupaciones comunes de los demás aspirantes.
Como estos ejemplos hay muchos más, fáciles de encontrar en los dos últimos libros del candidato y en los resúmenes de sus propuestas. En mi opinión, Duque traería un buen balance a nuestra economía entre crecimiento y equidad, tradición e innovación, conservación ambiental y producción. Su arquitectura programática es la única que permite absorber lo mejor de las propuestas de gobierno de los demás candidatos, por lo que, en caso de llegar al poder, sería un Presidente para todos.