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Analistas 11/03/2017

Snapchat y el temor de perderse algo

Javier Villamizar
Managing Director
La República Más
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El miedo a perderse algo o Fomo (Fear of Missing Out) por sus siglas en inglés, es la forma moderna y digital de un miedo social tradicional, como es la exclusión. Aunque es algo que ha existido siempre en el ser humano, en este siglo está muy presente entre los jóvenes de menos de 30 años y en la famosa generación de los “millenials”. Este miedo aparece cuando alguien siente que no está presente, no participa, está alejado o fuera de algún tipo de evento u oportunidad que está tenido lugar. 

En el mundo del capital de riesgo y de la banca de inversión, el Fomo se ha convertido en uno de los impulsores con mayor presencia en los últimos años. Nadie quiere perderse el próximo Google o Facebook. Al mismo tiempo, muchas de las empresas detrás de plataformas como Uber, Airbnb y más recientemente Snapchat, se han instalado en una especie de realidad paralela que podría terminar en la explosión de una burbuja bursátil como la de principios de siglo. 

Snap, la compañía detrás de la aplicación para teléfonos móviles Snapchat comenzó a cotizar en la bolsa de Nueva York esta semana a un precio de 24 dólares por acción, por encima de los US$17 fijados la jornada anterior y generando una rentabilidad inmediata de 41%. Al cierre, el valor registró un avance de 44%, hasta los US$24,48, dándole un valor de mercado de más de US$27.800 millones. Snap se convirtió así en el primer unicornio, como se conoce a las “startups” con un valor en el mercado privado superior a los US$1.000 millones, en salir a la bolsa. Un estreno que promete animar el mercado de los IPOs, que en 2016 registró su peor año desde 2003.

El caso de Snap es particularmente llamativo y solo basta con leer con un poco de detenimiento el prospecto público consignado en su aplicación previa a la salida a la bolsa para darse cuenta de las matemáticas confusas y de alguna manera locas, que parecieran estar impulsando a tantos unicornios. La compañía basada en Venice Beach, California, lugar considerablemente retirado del famoso “Sillicon Valley” donde residen Facebook, Twitter y Google, emplea a 1.859 personas, cuenta con 161 millones de usuarios activos diariamente, 60 millones de ellos en los Estados Unidos y Canadá (datos de diciembre de 2016) y generó ingresos por más de US$400 millones y pérdidas superiores a los US$500 millones en 2016. 

Con unos resultados de este calibre, no es ilógico pensar que la valoración de la empresa no refleja la realidad económica de la misma, sino que más bien proviene de un astuto juego entre los interesados: emprendedores, inversionistas, bancos de inversión y consultores. Los inversionistas al ver el crecimiento exponencial de usuarios y el interés de marcas y proveedores de contenido en la plataforma, se llenan de ese miedo Fomo y dejan de lado el análisis lógico y realista de los estados financieros y la valuación se empieza a inflar con cada ronda de levantamiento de capital. 

A la hora de la salida a bolsa, negocian privilegios, los cuales son aceptados por los emprendedores a cambio de obtener más inversión. Muchas de estas negociaciones se realizan en secreto, en cláusulas privadas, comandadas por las bancas de inversión que reciben una sustanciosa tajada al consumarse cada transacción. Los medios son estratégicamente utilizados para crear expectativa y hacer que ese Fomo cunda en el mercado, lo cual hace que se generen titulares cada vez más impactantes que invitan a otros inversionistas a unirse a la fiesta. 

Es así como la burbuja se infla con la promesa de ganancias fabulosas y la necesidad de salir a la bolsa se hace imperiosa como un mecanismo de protección para los inversionistas privados que saben que no pueden saltar del barco si algo llegara a fallar. 

Solo queda esperar para ver si a pesar de las pérdidas acumuladas, las escasas perspectivas de generar ganancias a medio plazo, la amenaza de Facebook a su negocio y las críticas sobre su gobierno corporativo, Snap resulta siendo un verdadero unicornio, o más bien una mula disfrazada.

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