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Analistas 05/12/2012

Invirtiendo en la infancia

Javier Villamizar
Managing Director
La República Más
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El profesor James Heckman, premio Nobel de Economía del año 2000, se considera el pionero en el estudio de los modelos modernos del desarrollo humano y la adquisición de capacidades a lo largo del ciclo vital. Este profesor de la Universidad de Chicago ha estudiado los programas orientados a mejorar el aprendizaje y a aumentar las capacidades de los niños en edad escolar. En particular, el profesor Heckman analizó un grupo de niños, de 3 a 5 años, de entornos desfavorecidos sometidos a un programa donde se les reforzaron habilidades sociales y se transformó el currículo usando tecnologías de la información durante dos años. Los participantes en el estudio se monitorearon por muchos años y se determinó que entre ellos ha habido menor tasa de delincuencia (a pesar de pertenecer a poblaciones donde es muy elevada), mayores ingresos y mayor adaptabilidad social.

La conclusión del estudio no es algo sorprendente en términos económicos o sociales: por cada dólar invertido en la educación de un niño, el rendimiento fue entre el 7% y 10% anual a lo largo de la vida. Las inversiones hechas en edades tempranas no sólo son más efectivas, sino que presentan un efecto de retroalimentación positiva donde un niño que empieza su vida con una ventaja cognitiva y social, a medida que crece, sigue adquiriendo mayores ventajas. Por otro lado, cuando no se realiza tal inversión a edad temprana, tratar de remediar las desigualdades en la adolescencia resulta mucho más caro y con mayor porcentaje de fracaso. 
 
Particularmente en tiempos de crisis económica y cuando existen otras prioridades de inversión como la defensa o los subsidios a las industrias manufactureras, es muy importante para un gobierno establecer de manera adecuada las prioridades en las inversiones, de manera que no se deje de lado el énfasis en la educación temprana. Esa educación adicionalmente tiene que transformarse con el pasar del tiempo y con el progreso tecnológico. Es más fácil hacer que niños en edad escolar se familiaricen y adopten tecnologías de vanguardia, que su introducción a una edad adulta. Es por eso que es necesario que se invierta en la modernización de currículos donde se dé mayor énfasis en la integración de los contenidos, la inteligencia emocional, la capacidad para resolver problemas, el dominio de múltiples idiomas y el aprender a servirse y a utilizar tecnologías en actividades cotidianas. 
 
En el desarrollo de los currículos enfocados a la introducción temprana de tecnologías, se puede caer en la tentación de querer desarrollar en los alumnos capacidades vinculadas con el “saber utilizar” herramientas tecnológicas como hojas de cálculo o procesadores de palabras, cuando lo importante debería ser el desarrollo del “saber hacer”, enfocado a la resolución de problemas utilizando computadores o sistemas de información.  Básicamente en el desarrollo de los currículos se debe tener como objetivo que los niños sean incentivados a desarrollar nuevas formas de pensar y de enfrentar problemas, para ello la educación debe buscar la formación de individuos con pensamiento crítico e independencia creativa antes que educar personas para cumplir ciertos roles o funciones económicas. Los currículos deben ayudar a transformar la educación tradicional centrada en un proceso unidireccional que fluye del maestro hacia el alumno  y  con un énfasis en la lectura y la escritura, en un modelo donde gracias a la tecnología, exista una comunicación bidireccional. Para muchos profesores este modelo puede representar una pérdida de control al introducir nuevas tecnologías en el salón de clase. Por lo tanto, muchos prefieren trabajar con metodologías conocidas en ambientes familiares en vez de buscar generar iniciativas propias. 
 
Otro rubro donde se debe concentrar la inversión y el cambio de paradigmas, es en la medición de los resultados. Al ser la tecnología una herramienta nueva, es difícil medir los resultados de adoptarla con parámetros tradicionales. Para quienes miden el éxito de su labor de enseñanza con base en el logro de ciertos objetivos muy específicos o estándares muy estrechos (como los puntajes del examen del ICFES), la aplicación de la tecnología en el salón de clase no necesariamente tiene un efecto directo en los mismos. 

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