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Analistas 31/01/2023

Progresismo vs. progresía

Ignacio-Iglesias
La República Más

Progresismo: ideología y doctrina política que defiende y busca el desarrollo y el progreso de la sociedad en todos los ámbitos de la vida (RAE).

Lamentablemente para mucha gente que nos sentimos progresistas y que creemos firmemente en que las corrientes políticas de esta índole han sido y son muy necesarias para el desarrollo de la humanidad, llevamos tiempo intentándonos separar de lo que los partidos conservadores y más tradicionales llaman progresía; término que si bien dichos partidos utilizan de modo peyorativo y despectivo ante el modo de actuar de ciertas formaciones políticas y sus representantes, es cierto que indirectamente salpica negativamente al otro término, progresismo, que en una sociedad como la actual, con los retos a los que se está enfrentando , es absolutamente necesario.

Progresía podía entenderse como un progresismo exagerado, excluyente, extremo y que busca más el enfrentamiento que la búsqueda de soluciones reales ante problemas de diversa índole que deben sin duda resolverse. En este artículo voy a intentar enumerar, desde mi punto de vista, algunas diferencias entre ambos términos, para dejar bien claro que no estamos hablando de lo mismo:

-Respeto institucional: para los progresistas, el desarrollo de la sociedad y la búsqueda de soluciones que lleven a una mayor equidad e igualdad entre los ciudadanos, se debe realizar respetando el orden institucional existente. Dicho sentir no es el mismo en todo caso entre otras formaciones más extremistas que pueden ver la institucionalidad y el respeto a los poderes del Estado como un freno para el logro de sus objetivos. Especialmente cuando dichos poderes no comulgan con su manera de pensar y de proceder. Llegan incluso a buscar aliados políticos cuestionables si con ello se facilita llegar a sus objetivos.

-Supremacía moral: basándose en un discurso que conceptualmente puede tener sentido e incluso ser defendible por aquellos que estamos alejados de su manera de actuar, suelen enarbolar la bandera de tener una mayor autoridad moral sobre el resto. Eso hace que desprecien recurrente y violentamente posiciones contrarias porque las consideren antediluvianas y propias de otra época, estando muy cercanas en su génesis y en sus fines. Grave error.

-Fanatismo y defensa exagerada e hiperbólica de “su realidad”: no se dan cuenta que de tanto buscar el diferenciarse y la ruptura con posiciones menos extremas que buscan esa mayor igualdad de una manera más racional y lógica, ellos llegan al ridículo en su manera de defender algunos temas, usando argumentos y lanzando ideas que son motivo de sonrojo para una buena parte de la ciudadanía y que dan pábulo a que los sectores más tradicionales no les tomen en serio, incluso en aquellos temas en los que pudieran tener razón y, en voz baja, incluso estar de acuerdo. Ejemplos a este respecto tenemos por doquier: ya no les vale con ser feministas, son hembristas, el uso del lenguaje inclusivo hasta donde …, no toca y que genera no ya risas, sino carcajadas, la defensa del ecologismo hasta unos límites que tildaría de ecototalitarismo… y así una larga lista.

-Defensa de las minorías, por encima de los grandes colectivos y desprecio por las tradiciones (a mayor arraigo, mayor desprecio): buscan desesperadamente crear colectivos incluso donde no existen y pretenden darles un grado de protagonismo que no se corresponde con el que es su realidad. Pudiera ser comprensible ese afán en determinadas circunstancias con el fin de no dejar a nadie “fuera de la foto”, pero no a costa de vilipendiar y cuestionar lo que, dentro de una Campana de Gauss, se encuentra en la zona central que es donde se sitúa la gran mayoría.

-Soberbia desproporcionada: es muy cierto que la soberbia es un pecado capital de la mayoría de los políticos porque se creen en posesión de la verdad absoluta. Sin embargo, en estas formaciones políticas o en algunos políticos en particular, amparándose en esa supuesta autoridad moral de la que hemos hablado antes, son incapaces de asumir sus errores, pedir disculpas y enmendar malas decisiones y acciones cometidas. Por el contrario, insisten en sus planteamientos, aunque los hechos demuestren su confusión y empiezan a buscar falsos culpables, traiciones e incluso fantasmas inexistentes a los que señalan como líderes de conjuras imaginarias que buscan acabar con sus planteamientos.

-Menosprecio del mundo empresarial: siguen enfrascados en la antigualla de la lucha de clases y va contra sus principios reconocer el buen hacer de empresarios, ejecutivos y hombres de negocios. No les gusta que alcancen cotas de éxito y de reconocimiento social porque piensan que si lo han logrado ha sido a costa de sus trabajadores, colaboradores, proveedores o clientes. Lo de la colaboración público-privada les parece un anatema y prefieren que el Estado sea el que controle, gestione y se adueñe de cuantas más empresas y sectores, mejor; en especial si son los denominados sectores estratégicos: energía, banca, defensa, seguridad… Les cuesta aceptar que si han llegado a donde han llegado es muy posible que sea por el esfuerzo y empeño puesto en ello.

-Desdeñan el individualismo (a la persona): estando totalmente de acuerdo que en una sociedad como la actual y en un momento como en el que estamos, es necesario pensar más en el colectivo que en la persona, ellos sienten que hablan en nombre de casi todos y que los que quedan fuera de su grupo de acólitos son, no personas que no comparten sus ideas y aducen argumentos mejores o peores y con los que se puede discrepar, sino enemigos que lo único que buscan es la inequidad y mantener su statu quo. Muchas veces tengo la sensación de que cuando se dirigen a ciertos colectivos sacan a relucir un aura de conmiseración que se recogería en una frase tan ruin como: “… tú no pienses ni hagas que ya me ocupo yo de ti…”. El maniqueísmo es parte de su estrategia: todos los que no son como yo, incluso los más cercanos son malos y yo soy el bueno.
Estas son algunas de las muchas razones por las que creo que estos grupos políticos (o políticos) tildados como progresía hacen mucho daño a los que pensamos que las corrientes progresistas (socialdemócratas, liberales), que tan determinantes han sido para el desarrollo de la humanidad desde el siglo XIX y que incluso ahora son hasta defendidas por el capitalismo, aunque sea de manera interesada (no hay más que escuchar cual ha sido el tema más destacado en el Foro de Davos). Los sectores más conservadores, nacionalistas, tradicionales y al extremo derecha del arco político nos meten a todos en el mismo saco por propio interés y porque les facilita su discurso de oposición. Las torpezas evidentes cometidas al otro extremo en su afán de significarse y diferenciarse no son más que un ejemplo plausible de pegarse un tiro en el pie que lo único que genera es enfrentamiento visceral y descrédito.

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