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Analistas 28/01/2021

La mente a prueba

Ignacio-Iglesias

Acabo de leer un dato que, si bien se refiere a España, estoy bastante seguro de que puede aplicarse a muchos otros países: “El 54% de los españoles consideran que pasan más horas teletrabajando a consecuencia del impacto del covid”. Este simple dato me ha llevado a la siguiente reflexión.

En todos estos meses se ha destacado que la crudeza y capacidad de contagio de este virus que nos obligó a encerrarnos en casa prácticamente de un día para otro, hizo que la gran mayoría de las empresas en un tiempo récord se vieran en la obligación y necesidad de acelerar procesos, plataformas y sistemas para que sus trabajadores pudieran desempeñar su actividad desde casa.

Todo el mundo empezó a hablar de teletrabajo como la panacea que ayudaría a conciliar definitivamente la vida familiar y profesional. Como ocurría con otros aspectos de nuestro día a día, el maldito bicho nos estaba obligando a cambiar drásticamente nuestro comportamiento “habitual” y el trabajo no iba a quedarse al margen de toda esta catarsis.

Sin embargo, pasadas algunas semanas, empezaron a aparecer comentarios en diversos medios, plataformas, tertulias donde se destacaba que, al margen de que técnicamente el teletrabajo o mejor dicho, la flexibilidad sobre el lugar de trabajo era una muy buena alternativa a la presencialidad, también manifestaban que habían aparecido otros problemas que en un primer momento no se tenían en el radar: más horas de trabajo, ocuparse de los niños que no podían ir al colegio y que reclamaban ayuda y atención, falta de espacio y medios adecuados para trabajar en casa, malhumor, sensación de encierro, opresión, problemas físicos por la falta de movimiento…. Es decir, la panacea pareciera que no fuera a ser tal. Ejemplo de esto fue que cuando se empezaron a levantar las restricciones y se volvieron a abrir las oficinas, una buena parte de los trabajadores optaron por volver a su puesto de trabajo en lugar de continuar con la dinámica del teletrabajo.

Si a todo eso le sumamos los estragos que ha causado esta pandemia en términos familiares y/o económicos y/o sociales, deberíamos estar todos de acuerdo que en esta nueva situación tendríamos que utilizar ciertas herramientas que ayudaran a nuestra mente a “saber negociar” de una mejor manera los desafíos con los que se tiene que enfrentar y que, me temo, que se van a convertir en algo cotidiano de ahora en adelante.

A nivel personal cada uno de nosotros buscaremos soluciones que nos ayuden a sentirnos mejor ante este cúmulo de novedades y cambios que nos han sorprendido súbitamente, pero también creo que las empresas, si buscan que sus colaboradores se sientan mejor preparados ante esta situación y con ello que su productividad y su resiliencia, mental y física, no se vea menoscabada deberían considerar entre sus responsabilidades con sus equipos proporcionar ciertas herramientas, tutoriales, contenidos que ayudaran a mejorar su bienestar emocional.

De la misma manera que desde hace tiempo se proporcionan alternativas formativas de todo tipo, facilidades para realizar actividades físicas incluso en el centro de trabajo, comidas saludables, lugares para conversaciones informales…, también se deberían empezar a potenciar otras como: pausas activas, momentos de relajación y estiramiento y demás soluciones enfocadas en relajar la mente/cuerpo. Todas ellas deberían de formar parte de la actividad a realizar durante la jornada de trabajo de manera recurrente.

Incluso iría más allá y, ya que uno de los objetivos fundamentales de toda organización es el bienestar general de sus empleados no sólo en el centro de trabajo, deberían proveerles de instrumentos que les ayudaran a mejorar la conciliación con su vida personal/familiar, el descanso, el tiempo libre.., para que se sintieran mejor consigo mismos.

Aunque sólo sea por puro “egoísmo” empresarial, cosa que en la mayoría de los casos no sucede, las compañías deberían cuidar el que es su principal activo y que garantiza la sostenibilidad de sus negocios en el tiempo: sus colaboradores. Este tipo de hábitos saludables tienen que convertirse en parte del adn de todas las organizaciones; parte de su cultura.

Hablar de “wellness emocional” es cada vez más común y se ha convertido en una actividad, que como “esta nueva vida”, ha llegado para quedarse. Estoy convencido de que, más pronto que tarde, los departamentos de RRHH de las empresas impulsarán estas prácticas y sus empleados valorarán en gran medida la iniciativa. Ahora más que nunca, cualquier ayuda es necesaria

Es tan importante cuidar de la carrocería (cuerpo), como del motor (mente)

Hagámoslo cuanto antes y nos irá mucho mejor para afrontar nuestra vida diaria

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