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El Banco Agrario es un muy buen negocio. Y sus dueños son, ni más ni menos, los millones de familias que se benefician con nuestra gestión y han depositado en nosotros su confianza. Y lo aclaro porque como entidad financiera del Estado, enfrentamos muchos mitos y ataques que solo buscan hacernos daño. Ese siempre será el riesgo de hacer bien el trabajo y de ser leales a nuestra vocación.
Por ejemplo, todavía me encuentro con quienes creen que, por ser una entidad pública, nuestros recursos son infinitos y que podríamos prestar a pérdida o condonar masivamente las deudas. La realidad es otra: somos una empresa que se administra con rigor, que hoy figura en el top 5 de utilidades del sistema financiero y que logró incrementar en más de 50% sus ganancias en un contexto económico retador. Durante esta gestión desembolsamos cerca de $34 billones, manteniendo una cartera sana y eso, sin haber recibido beneficios extraordinarios como los que, en su momento, favorecieron a esta y otras entidades durante la pandemia.
Ese buen desempeño nos ha permitido alcanzar y sostener la calificación AAA, la más alta en la escala de riesgo. Un mensaje claro de solidez, estabilidad y buena gestión. Pero, sobre todo, nos da margen para hacer lo que mejor sabemos: reinvertir las utilidades en el desarrollo del país.
Gracias a que el negocio va bien, hemos bajado tasas de interés para los más pobres, hemos aliviado a miles de agricultores golpeados por coyunturas difíciles y hemos ampliado nuestra cobertura con más de 27.000 canales en 99% del territorio. Allí donde ningún otro banco llega, el Agrario hace presencia directa y, en muchos casos, es la única alternativa para que las familias puedan acceder al crédito, ahorrar o recibir subsidios.
Además, somos una empresa con una importante carga tributaria que aporta significativamente al país y generamos empleo para más de 8.000 familias directas y cerca de 3.000 indirectas. Nuestro compromiso va más allá de los balances: cerrar brechas de mercado es uno de nuestros mayores desafíos, y lo asumimos corriendo más riesgos que otras entidades. Esa es nuestra naturaleza y nuestro propósito: estar al lado de los agricultores, emprendedores y comunidades que históricamente han sido excluidos del sistema financiero.
Algunos sectores insisten en minimizar nuestro papel, quizás porque desconocen cómo funciona la banca o, tal vez, porque les incomoda que el agro colombiano tenga un aliado fuerte y decidido. Lo que pocos reconocen es que todos los días luchamos contra ese desconocimiento, demostrando con hechos que sí transformamos realidades.
Hoy podemos afirmar con orgullo que el Banco Agrario es rentable, sólido y competitivo, pero también profundamente comprometido con su propósito social. Somos la prueba de que un banco público no solo puede ser un buen negocio, sino también una poderosa herramienta de transformación para la Colombia profunda.
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