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Analistas 19/06/2020

¿La nueva normalidad?

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH

Durante estos tres largos meses de aislamiento preventivo obligatorio hemos enfrentado un sinnúmero de eventos disruptivos en nuestras vidas: nos acostumbramos a regañadientes a muchos cambios forzosos, aceptamos gustosamente unos pocos, seguimos añorando algunas prácticas que no sabemos cuándo volverán (si es que alguna vez regresan) y otras alteraciones a nuestra cotidianidad aún nos parecen inaguantables.

Las palabras han adquirido nuevos significados, hemos desempolvado vocablos que creíamos condenados al olvido y presenciamos el nacimiento de ciertos términos que antes del 20 de marzo no formaban parte de nuestro léxico.

Dentro de esta colección de expresiones recién acuñadas a la medida del nuevo lenguaje del covid-19 aceptamos que ciertos procedimientos ahora se llaman protocolos, creemos entender lo que significa el trillado e inexistente verbo “reinventar”, nos debatimos entre el teletrabajo y el trabajo en casa y escuchamos constantemente que la nueva normalidad llegó para quedarse, mientras que somos víctimas de la temida “intoxicación” creyendo que acceder a más noticias, muchas de ellas falsas, equivale a estar mejor informados.

Nos preguntamos cómo será esa nueva normalidad que tanto nos preocupa, qué implicará para nuestros negocios y actividades profesionales, cómo podemos reaccionar eficazmente ante su inminente llegada o qué debemos hacer para adaptarnos a ella, sin detenernos a pensar si en efecto habrá una nueva normalidad.

Según el diccionario de la Real Academia Española, la normalidad es la cualidad de lo normal y lo normal, a su vez es aquello que “por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”, es decir que la normalidad es sinónimo de predictibilidad.

Pues resulta que en la era de la pandemia, la ausencia de normas, parámetros y modelos que nos permitan reaccionar como lo hacíamos antes, es precisamente lo primero que desapareció y ahora debemos convivir en medio de una agobiante incertidumbre donde nada es predecible, y donde hay más preguntas que las respuestas. No sabemos ni podemos anticipar con certeza la forma como reaccionará la economía, cómo se alterarán los comportamientos sociales, ni cuales serán los cambios en expectativas de los consumidores.

Vivir en medio de la incertidumbre no resulta fácil. Esta vulnerabilidad que en épocas anteriores podría interpretarse como un defecto a ocultar pero que hoy, lejos de ser un motivo de intranquilidad, se convierte en un activo muy valioso para la supervivencia y sostenibilidad de las empresas, necesariamente obliga a salir de la torre de marfil, a escuchar, a aumentar los niveles de empatía y a hacer partícipe a la fuerza de trabajo de las expectativas y preocupaciones de la dirigencia organizacional.

Esta nueva forma de liderazgo colectivo enriquece la estrategia emergente, convirtiéndola en un complemento esencial e inseparable de la estrategia deliberada que tradicionalmente se confeccionaba en las salas de las juntas directivas de las organizaciones.

Esta nueva normalidad, que propongo llamar impredecibilidad, en efecto llegó para quedarse y debemos aprender a convivir con ella. Para acogerla, reflexionemos sobre sus implicaciones positivas y pensemos que puede convertirse en un buen aliado de los líderes si la asumimos como componente inseparable de la innovación y como base para dirigir la organización privilegiando su razón de ser, su propósito, por encima de la generación de utilidades.

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