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Analistas 24/01/2023

Insist-Irene-rrar

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH

Las desorientadas declaraciones de la ministra de minas, aunque causan justificada preocupación en muchos sectores económicos ya no sorprenden a nadie, pero adicionan una tarea a las agendas de otros funcionarios menos proclives a la palabrería o más preocupados por minimizar los efectos de semejantes desatinos: corregir a Irene. Ya lo han hecho el senador Barreras y el ministro Ocampo, y ahora le correspondió el turno al director de crédito público José Roberto Acosta, a propósito de la declaración de suspender la suscripción de contratos de exploración de petróleo y gas. Tal decisión que la errática funcionaria calificó de planetaria (y yo de lunática por el nefasto efecto de condenar a la inanición a las finanzas del Estado y de los municipios que viven de las regalías) fue entregada el jueves pasado en el foro de Davos y deja en evidencia una vez más que esa cartera está a la deriva. La buena noticia es que, a juzgar por el comportamiento del mercado de divisas del viernes, a Irene ya no le creen.

La perplejidad aparece al percatarse del empecinamiento de esta suerte de Greta Thunberg del altiplano que insiste en sacrificar cerca de US$20.000 millones provenientes de nuestras exportaciones petroleras sin que haya planes específicos para sustituir esas rentas por otras de fuentes tan inexploradas como los recursos naturales que ambiciona dejar en el subsuelo. Pretende abandonar la producción de hidrocarburos a cambio de humo, del que no contamina, por supuesto.

Pero recordemos que la ministra está lejos de ser una empleada pública eficiente, no solo por su desconocimiento del sector que atiende sino porque es una activista y los activistas de cualquier causa suelen caer con facilidad en el fundamentalismo que los lleva a considerar como agresiones personales las opiniones que se apartan de su rígido pensamiento. Irene no acepta razones ni pruebas ni demostraciones que tengan como propósito refutar sus opiniones preconcebidas; su único empeño consiste en evangelizar a todos los que no entendemos o no compartimos sus tesis, aunque ello implique silenciar a la audiencia, abandonar escenarios incómodos o sacar cifras de su sombrero.

Esas trampas del ego traen consecuencias siempre onerosas y a menudo irreversibles. Para evitarlo se me ocurren algunas sugerencias dirigidas a los líderes de todos los sectores que, por obvias, pueden ser fácilmente pasadas por alto dando lugar a determinaciones nimias, en los dos sentidos antagónicos de la palabra.

Para empezar, antes de tomar una decisión de magnitud conviene recopilar y analizar la mayor cantidad de datos posible utilizando métodos objetivos y precisos ─ojalá de fuentes diversas en el tiempo y en el lugar─ con el propósito de aprovechar perspectivas y facilitar la revisión de las consecuencias de cada una de las cartas de la baraja de opciones. También resulta apropiado involucrar, escuchar y pedir consejo a personas con diferentes antecedentes, formación y experiencia para identificar a las claras los sesgos que pueden contaminar el criterio.

Finalmente, no sobra reflexionar y repasar en retrospectiva para reconocer los patrones utilizados en el proceso decisorio, hacer ajustes y sacar a flote los prejuicios que se esconden en nuestro inconsciente y que pueden llevarnos a la intransigencia e inexorablemente a insistir en errar.

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