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Analistas 27/08/2022

La oportunidad andina

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

En su proceso de ruptura con España impulsado por la invasión napoleónica a la península ibérica en 1808, los países liderados por Simón Bolívar no lograron integrarse desde el principio para capturar los beneficios de ámbitos mayores, con mercados más competidos y mayor valor para el trabajo. La inspiración francesa de su retórica política los ubicó en la vanguardia de la doctrina del momento, y sus procesos básicos para construir leyes y administrar lo público, inspirados por los americanos, parecían acertados. Sin embargo, su desempeño durante el siglo 19 no fue bueno: estos países no se unieron a la revolución industrial iniciada en Inglaterra en el siglo 18 y en Europa Occidental desde la primera mitad del siglo 19, ni vivieron la paulatina urbanización vinculada a aumentos en productividad. Por el contrario, hubo desorden en todos ellos, con manifestaciones distintas en cada uno. Al comenzar las guerras mundiales en 1914 las economías estaban muy atrasadas, la distribución del ingreso era muy desigual, y sus sociedades evidenciaban escasa educación.

La posguerra trajo impulsos modernizadores a la región pero no se cultivó el sentido crítico. El paradigma monárquico del régimen presidencial establecido en EE.UU. desde 1787 subsiste pese a sus evidentes deficiencias. Los esfuerzos para la integración comercial planteados en los 60 y 70 en el marco del Pacto Subregional Andino eran de alcance limitado: no se percibió la oportunidad de unificación política, aunque las serias deficiencias institucionales evidentes en los cinco países bolivarianos invitaban a poner lo existente en tela de juicio.

Ya en ese momento Europa había logrado elevado nivel de vida como fruto de crecimiento rápido, con régimen parlamentario en casi todos los países, y desplegaba audacia en integración económica desde la formación de la Unión del Carbón y el Acero en 1951, que desembocó en la formación de la Comunidad Económica, protocolizada en el Tratado de Roma en 1957; la Unión Europea, formalizada en Maastricht en 1992, fue un paso adicional, y es probable que se logren acuerdos adicionales para hacer más efectiva la integración y capturar más beneficios.

Entre tanto, los países andinos se han desarticulado con consecuencias nocivas, pues el costo del transporte marítimo se ha reducido con las mega naves y los contenedores, con impacto en los costos relativos de producción, y las comunicaciones se han transformado. La nueva realidad obliga a pensar con amplitud. Los países andinos no tienen las brechas culturales de los europeos ni sus antecedentes bélicos. Sus instituciones políticas son muy deficientes. Además tienen elevada informalidad, consecuencia de marcos laborales inadecuados, e ingresos per cápita bajos. La desigualdad en la distribución del ingreso es marcada. La calidad de la educación pública básica es deficiente, como evidencian los resultados en las pruebas Pisa de la Ocde.

No hay grandes brechas éticas entre las comunidades de los países en términos generales, lo cual hace más fácil la unión en lo penal. La tasa de crecimiento económico en ambiente integrado con buenas instituciones sería mucho más alta, el trabajo se valorizaría y las oportunidades abundarían. La tarea de diseñar buenos procesos públicos puede comenzar en Colombia y desembocar en la integración de los países andinos, con verdaderos cambios para beneficio de todos.

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