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Analistas 19/06/2021

Europa: dos siglos

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

Europa conquistó el mundo entre el siglo XVI y el XIX, con apoyo en superioridad bélica y capacidad para la innovación, que hizo posible la revolución industrial en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, y después en Bélgica, Francia, Holanda, Alemania y Estados Unidos. Tras la invasión francesa bajo Napoleón, que llegó hasta Rusia, el continente se organizó bajo las reglas del Congreso de Viena (1814-1815) para conservar el statu quo, con Alemania muy dividida, con dos cabezas, Austria y Prusia, y muchos principados y ciudades, e Italia también fragmentada y además invadida. La urbanización impulsada por el aumento de productividad alimentó las ideas liberales, traducidas en insurrecciones generalizadas en 1848, el nacionalismo y la aparición de las clases trabajadoras, con consecuencias sociales y políticas, en especial el socialismo. El balance de poder se quebró con la unificación de Italia en 1861, y la integración de Alemania bajo el liderazgo de Prusia tras la guerra contra Francia (1870-71).

Aunque hubo coexistencia más o menos serena en el siglo XIX, no se logró la integración necesaria para cimentar un colectivo europeo amplio, y así vacunar al continente contra la inclinación bélica propia de escenario compartido por diversos actores. Rusia era el país más extenso y poblado; su desarrollo industrial fue posterior al de Europa Occidental y Central, pero su dimensión la hizo importante en el escenario internacional, lo que fue evidente en la guerra de Crimea (1853-56), en la cual Gran Bretaña y Francia respaldaron a Turquía. Entre tanto, al otro lado del Atlántico EE.UU. se montó rápido en la revolución industrial y se expandió hacia el oeste hasta el Pacífico tras la guerra civil (1861-1865). Gran Bretaña era la gran potencia mundial, con actividades en India, Canadá y Oceanía, y en África a la par con Francia en la fase imperial de la segunda mitad del siglo XIX: el escenario europeo era parte importante, pero no decisivo de su política internacional.

El último cuarto del siglo XIX fue de modesto crecimiento de la economía mundial y caída en los precios de los productos agrícolas. Al comenzar el 20 las ambiciones teutonas impulsaron la guerra europea, cuyo resultado fue la caída del imperio alemán y su aliado, el imperio austro húngaro, la división entre Gran Bretaña y Francia de parte del también caído imperio otomano, y la imposición de sanciones imposibles de cumplir. Alemania escogió el camino nacionalista a ultranza en respuesta, y se desató una segunda guerra, en la que Italia y Japón se unieron al dictador germano Hitler, cuya traición a Stalin, dictador ruso, indujo alianza entre el régimen comunista de URSS establecido desde 1917 y las democracias liberales.

EE.UU. fue parte activa tras el bombardeo japonés a la base naval de Pearl Harbor en 1941, y decisivo en la victoria aliada. Tras la guerra el sistema colonial se desmontó por insostenible. Europa Occidental creció rápido hasta los años 70 con impulso inicial americano (1948). La Comunidad Europea del Carbón y del Acero (1951) se transformó en Comunidad Económica (1957) y Unión Europea (1993). El comunismo cayó en Europa Oriental en 1989 y en Rusia en 1991. La participación creciente de islamistas es hoy fuente de interrogantes y fracturas, la población ha envejecido, las instituciones aún no tienen el grado de integración necesario para el siglo XXI. El futuro de Europa no es claro.

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