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Analistas 02/03/2019

Competidores y mercados

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

El mundo se integró en lo comercial desde el siglo XIX como consecuencia del abaratamiento de los costos de producción en los sistemas industriales y de la mayor eficiencia del transporte internacional. Sin embargo, la mayor integración, aún en proceso, es la social, cuyo desenlace es incierto. La mayor oportunidad para la especie está en la lucha contra el machismo, que inhibe el aprovechamiento pleno del talento de la mitad de la población mundial. Hay también grandes amenazas, entre las cuales se destaca el cultivo desbordado del ideal nacional, el religioso y el político, en desmedro de la tolerancia, la interacción constructiva entre grupos diversos y el respeto a los derechos básicos consagrados en los documentos fundacionales de los marcos jurídicos de la posguerra. Al producirse la caída del régimen comunista en Rusia y la liberación de sus satélites en Occidente se creyó que el futuro de la libre iniciativa estaba asegurado. Se olvidó que los mercados son imperfectos, los procesos económicos inciertos, y las tecnologías fuentes de cambio en las posiciones relativas de los actores en competencia.

Los países como hoy existen no compiten. Por el contrario, compiten el capital, que trasciende las fronteras, el trabajo, con limitaciones para desbordarlas, por barreras culturales y por consideraciones de seguridad social que no se pueden desestimar, y las ciudades región, ámbito de la vida cotidiana de las personas que estudian, trabajan y consumen con cierta vocación de compromiso con la respectiva comunidad. Las ciudades eficientes atraen la inversión del capital y, en la medida de lo posible, el trabajo, sobre todo el de altas calificaciones. Los países prestan servicios necesarios: proveen marco de referencia legal y judicial, seguridad frente a amenazas externas, moneda en la mayoría de los casos, infraestructura para vincular diversas comunidades entre sí, malla de protección social, bases institucionales para la educación y la recreación, y espacio para la deliberación más allá de lo local. Sin embargo, los retos de esta época parecen desbordarlos: muchos son demasiado frágiles para sobrevivir sin alianzas profundas, porque dependen de productos primarios, cuyos precios son volátiles. Además hay ciudades región prósperas en países con mayoría de población relativamente pobre, y ciudades pobres en países del primer mundo.

La distribución óptima del ingreso en las actuales circunstancias no corresponde a situaciones de absoluta equidad, donde la burocratización tiende a imponerse, pero tampoco a desigualdades como la que está en ciernes en todo el mundo desde hace casi medio siglo, porque la propensión marginal al consumo es más alta en la base de la pirámide, de lo cual se desprende que también la mala distribución eventualmente perjudica las oportunidades de crecimiento del capital. Así las cosas, lo público debe impulsar cierta igualdad de oportunidades y mitigar el riesgo de la miseria y, con ella, la exclusión. Se requiere integrar países para capturar economías de escala, y aceptar que la tecnología conlleva la formación de oligopolios cuyas consecuencias potenciales deben ser motivo de atención. Los mercados hoy son complejos; requieren regulación y ética, pero también fluidez y espacio para la innovación. Solo pensar en grande puede salvar a la especie de los conflictos que hoy la agobian.

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