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Analistas 11/12/2021

Centro y periferia

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

Desde la independencia Bogotá, entonces Santafé, ha tenido preponderancia en Colombia. La pugna entre Nariño, centralista, y Torres, federalista, hizo difícil la epopeya. Los Estados Unidos de Colombia, producto de la Convención de Rionegro (1863) tras el triunfo liberal en una de las numerosas guerras civiles del siglo 19, eran federalistas, pero los ordenamientos sucesivos, bajo Núñez, López Pumarejo, Lleras Restrepo y Gaviria, han sido centralistas, pese a la retórica descentralizadora de la Asamblea Constituyente de 1991. Las diferencias en ingreso per cápita entre la capital y casi todo el resto del país han sido abrumadoras: hoy Bogotá excede el promedio nacional en 50%. El ingreso per cápita de Chocó, Sucre, Guajira, Putumayo y Nariño es entre un tercio y un cuarto del de Bogotá. El contraste entre la Colombia urbana y la rural es marcado: si bien la proporción debajo de la línea de pobreza es del orden de 40% en ambas, la proporción de población de clase media - del orden de cuatro salarios mínimos para cuatro personas - es casi 40% en el país urbano y a duras penas del orden de 10% en el rural.

Al terminar las guerras mundiales en 1945 más de 70% de la población era rural, y la mayoría de esta población era analfabeta; hoy solo un cuarto de la población es rural. La evolución social ha sido mucho mayor que la económica: el alfabetismo total de Colombia es del orden de 95%, y hace 30 años ya era del orden de 90%. La tasa de crecimiento del ingreso per cápita de las últimas tres décadas ha sido modesta, cerca de 1% por año, inadecuada frente al importante progreso desde la perspectiva social y a las dramáticas desigualdades, reflejo de Estado ineficaz.

Los conflictos por acceso a la tierra alimentaron la violencia rural durante el siglo 19 y las primeras seis décadas del siglo 20, mientras el país vivió expansión poblacional dramática: la población, ligeramente superior a un millón en 1830, ya era superior a dos millones en 1850, casi cinco millones a principios del siglo 20, y 10 millones al terminar las guerras mundiales. Hoy parte importante de la población rural de menos de 40 años no tiene vínculo afectivo al agro; sus valores y preferencias no son muy diferentes de los de la población urbana, consecuencia de la revolución de las tecnologías de comunicación en la sociedad contemporánea.

Se habría esperado una reducción radical de la violencia rural como consecuencia de la terminación del conflicto entre liberales y conservadores, y sobre todo por la urbanización y la menor tasa de crecimiento de la población, hoy debajo de 1% por año. La ausencia del Estado facilitó la presencia creciente de la coca en el último medio siglo y el desorden institucional asociado. Hoy es urgente establecer políticas públicas efectivas para lograr paz, mejorar la calidad de vida en el campo e impulsar el crecimiento del ingreso de la población rural. Para cumplir estos objetivos es preciso corregir la fragilidad del Estado en la periferia. Se requiere seguridad, justicia eficaz, mejores servicios de educación y salud, vías terciarias para facilitar el flujo de bienes y personas, apoyo en paquete tecnológico y promoción de esquemas cooperativos para acceso a maquinaria y comercialización; así se neutralizará de manera sustantiva el impacto negativo del narcotráfico, mientras en paralelo se promueve la legalización del consumo de cocaína en los países ricos.

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