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Analistas 09/09/2020

Misoginia, ¿el tamaño importa?

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

La tiranía de la mayoría invita a votar contra alguien, y la tóxica campaña demócrata se escuda en los influencer Obama, cuya Presidencia quedó en deuda ante la historia, aunque intenten magnificarla al compararla con la actual: aquel arbitrario Nobel de Paz tuvo tres conflictos raciales y acosó a Snowden, ¿recuerdan?

Respecto a la economía, se interrumpió el periodo de crecimiento más largo de la historia estadounidense, registrado entre el aparente final de la Gran Recesión y presuntamente frustrado por la Gran Reclusión (Fed, 10/6/2020). La crisis del capitalismo es estructural, y Biden ofrece nada diferente: ¿triunfará el «Great, Again»?

Aunque la moderna teoría de la competencia sugiere que el tamaño no importa, el «caótico» sistema económico -cuya dimensión métrica no es racional- es sensible a esa condición inicial. Prueba de sesgo, objetivo y rescate significan «expansión», y en las economías de escala los grandes reciben el tratamiento preferencial de los «pocos vitales»: estímulo y proteccionismo, rescatista y monopolístico.

Violan los ‘Límites del Crecimiento’ (1972) y, asimismo, prescriben hormonas del crecimiento a los pequeños. Contraproducentes, sus expectativas están sobregiradas; siguen agrandando los combos de deuda, liquidando paquetes promocionales (x trabajadores por el costo de 1), e «invirtiendo» el poder adquisitivo, la curva de Philips y la de rendimientos.

Falacia de la supremacía darwinista, el miedo a ser percibido pequeño impuso como estrategia, electoral y empresarial, al matoneo y la altivez. Maquilando su delusiva industria, el PIB es «brutal» (Growth Delusion, 2018), el Gini demuestra «miso-gini-a», y EE.UU. tiene la mayor desigualdad salarial (265x). Entretanto, China (127x) equipara la media nórdica -Canadá, Holanda y Suecia-, generosamente catalogada como «igualitaria», pues sin importar el modelo económico se reproducen esos aberrantes múltiplos (It takes a CEO, 2019).

Colmo de males, Obama cuestionó a Trump no «adaptarse al puesto»; paradoja, eso implicaría preservar el disfuncional establishment, tal como lo hizo aquel demócrata. Otros critican su propuesta de postergar los comicios, aunque admiten que Jacinda lo hiciera en Nueva Zelanda y la UE interviniera con igual sugerencia ante el BID. Ignoran la frescura latina de «Alexa» Ocasio-Cortez, y avalan que Kamala sometiera su ideología para convertirse en la primera segunda al mando.

Ceteris paribus, aunque cambien a Trump nada cambiará: seguirán inflando la contracción del gasto social y la austeridad expansiva, aunque, a) tras la Gran Depresión, Roosevelt combatió simultáneamente pobreza y riqueza extremas (Case for Maximum Wage, 2018); b) la deuda, ancla de miseria, fue condonada por el Plan Marshall; y, c) sobre la grandeza, Eisenhower manifestó que quien prepondera los privilegios sobre los principios, está perdido.

No sigamos heredando la pirámide pensional, empeñando generaciones futuras -patrimonio de la humanidad-, y confundiendo «dolor con dólar» (Medida por Medida, Shakespeare), mientras lo imprudentes billetes conservan igual tamaño y diferente valor (El Otro, Borges). Necesitamos control poblacional, erradicar el «abusivo» paradigma de competencia, y «crecer» al compás de una economía humanista y equidistante (igualitaria y circular).

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