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En “Instrucciones para dar cuerda a un reloj”, Julio Cortázar reflexionaba sobre cómo ese simple “accesorio” generó dependencia entre quienes confunden el mapa con el territorio, racionalizan rutinas absurdas y perjuran tener el control.
Si bien nuestros principales temores podrían repartirse entre la pérdida de autonomía, el rechazo social, la indefensión, el olvido o el vacío existencial, paradójicamente, nuestras vanidades siempre estuvieron sustentadas por el efímero materialismo, la dependencia tecnológica, el supuesto libre albedrío y la inteligencia.
La evolución de la inteligencia artificial, IA, desafía esos orgullos y esas aprehensiones. Creada a nuestra imagen y semejanza, no debe ser tan inocente, y, tal como aquellos smartphones que vendían regalados, los asistentes virtuales y los agentes de IA demandan actualizaciones, instrucciones y reacciones cuando emitan notificaciones o prescriban recomendaciones.
Mientras que muchas personas pierden el tiempo, hipnotizadas por las infinitas reproducciones de estos posmodernos “tic-toc”, traigamos al presente el enfoque de Cortázar al momento de automatizar la “Gestión Humana”.
Arranque tratando a los aspirantes como datos que deben encajar en algoritmos prestablecidos. Descifre sus currículums, entendiendo que “experto en IA” podría significar “me creo irremplazable”, y que el recurrente uso de la palabra “resiliencia” probablemente exprese disposición a “hacer lo que sea” para sobrevivir a constantes despidos masivos.
Tras la contratación, inscríbalos en las inducciones virtuales que, por defecto, no preparan a nadie para comprender la realidad laboral ni transformar la cotidianidad. Ofrézcales, además, capacitación continua, recomendando especialmente el curso de manejo del estrés que nadie ha podido emprender, terminar y aplicar, porque hay demasiado trabajo acumulado.
Para motivarlos, prometa beneficios sublimes, pero irrealizables, como el balance vida-trabajo. Ofrezca bonos atados a metas desmesuradas y, cuando se acerquen a lograrlas, altérelas. Para retenerlos, aproveche la vigilancia que suministran plataformas como Microsoft Viva, para detectar a quienes no están disponibles/activos, 24x7.
Implemente encuestas de satisfacción. Al analizarlas, sustraiga las emociones negativas y desambigüe el sarcasmo de las respuestas abiertas, de modo que si alguien responde “¡me encanta trabajar hasta las 10:00 p.m.!!!”, cada signo de exclamación multiplique la “admiración” expresada hacia el trabajo, las condiciones laborales, la dinámica del equipo y el estilo de liderazgo de sus jefes.
Paralelamente, publique estudios del mercado laboral para demostrar a sus empleados que, estadísticamente, deberían sentirse afortunados. Finalmente, adorne sus pantallas con banners motivacionales que contengan máximas como “Aquí solo están los mejores” o “El capital humano es lo más valioso”.
Intente imitar a sus sofisticados dispositivos, y deje latir en libertad sus “infiernos floridos”. Seguramente, la IA terminará observando que sus instrucciones son ineficientes, imprecisas o contradictorias: entonces estará funcionando como cualquier persona, que ha perdido la cordura, y podrá dejar de supervisarla.
O, intuyendo el consejo de Cortázar, deje de darle cuerda y desconéctese.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente