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Analistas 11/04/2024

El cinismo petrista

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista
La República Más

La raíz inglesa del apellido presidencial es «Pet»: mascota; en castizo español, nuestra Constitución está «perrateada», y las jóvenes acaso aprenden a «perrear». Paradójicas coincidencias, en la Antigua Grecia los Cínicos eran filósofos que «ladraban» contra la decadencia que privilegia a cierta minoría, arruinando a la mayoría que experimenta una “vida de perro”.

Diógenes era uno de sus representantes. Hijo de banquero, renunció a su legado; el Oráculo le ordenó “desacreditar la moneda”, y el establecimiento lo acusó por “falsificar su valor”, pues cuestionaba que las personas, embrutecidas por el dinero, se entrenaran para ejecutar labores inútiles o sin integridad.

Aunque esa escuela inspiró al Estoicismo, tan de moda en la modernidad, los fanáticos neoliberales desvirtuaron la genuina libertad democrática y su justiciera equidad. De hecho, aún en esta época “la necesidad tiene cara de perro”, y la tendencia es sustituir el concepto de familia por el de «manada».

Las «mascotas» disfrutan del abandono de nuestra especie, pues atienden escuelas, clínicas, tiendas, fiestas y spas. Recuerdo que El Encantador de Perros, quien fundó un Centro de Psicología Canina, señalaba que era un error desnaturalizar al “mejor amigo del hombre”, humanizándolo para cubrir nuestros vacíos.

Agregaba que, a pesar de los mimos, eso era «maltrato». Su misión, entonces, era rehabilitar animales mientras entrenaba líderes, transformando tanta evasión, sumisión o pugnacidad -impulsada por temor, frustración o humillación-, en confianza, respeto, calma y asertividad, proveyendo direccionamiento, reglas y límites.

Regresando al pasado, hace tres siglos Von Kempelen engendró un autómata, El Turco, que habría derrotado a maestros del ajedrez usando «El Truco» de estar poseído o manipulado por alguna persona. En nuestra era, Amazon retomó esa estrategia para subrogar Matrioshkas Humanas (mturk.com), trabajando a destajo en nombre de la inteligencia artificial.

Ahora hablamos con perros como si nos entendieran, y con androides como si tuvieran sentimientos o conciencia. Y seguimos infantilizándonos, transfiriendo narrativas como sucedía con las fábulas, pues las Neuronas Espejo nos permiten empatizar y establecer relaciones “parasociales”, incluso con peluches.

Según estudios, si un humano evalúa el desempeño de un Bot usando la misma interfaz mediante la cual interactuaron, las calificaciones apuntan a ser mejores porque evitamos confrontar la mediocridad. Así mismo, si esa computadora le concede una retroalimentación positiva, aunque fuera inmerecida o emitida de manera indiscriminada, tendemos a retribuirla (The Media Equation, 1996).

En la historia reciente, otra publicación -cuyo título parece contestatario ante la Prueba de Turing, que permite validar si una máquina puede suplantar a un ser humano-, sugiere que podríamos aprender algo si reconociéramos el «reflejo» de nuestras mentiras en las máquinas (The Man Who Lied to His Laptop: What We Can Learn About Ourselves from Our Machines, 2012).

De momento, los algoritmos seguirán reforzando o extrapolando los sesgos heredados por millones de datos de involución humana, pues parecemos bestias actuando como “perros y gatos”.

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