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Participé en dos de los escenarios más importantes de la industria global: en Suiza en el foro de la Specialty Coffee Association en el marco del World of Coffee, y en Brasil, en el Coffee Dinner organizado por Cecafe, donde se congrega el liderazgo mundial del café. En ambos espacios llevé una visión firme para construir el futuro del café: el valor compartido.
Los precios internacionales del café se han casi triplicado en los últimos 5 años. Sin embargo, la demanda global se mantiene sólida. Esto no es un dato menor: es la prueba de que el café es inelástico. Que los consumidores en todo el mundo siguen eligiendo calidad, salud y experiencia, incluso en medio de presiones económicas. El café ha dejado de ser un simple producto agrícola; se ha convertido en un bien cultural, emocional y científicamente saludable. Y ese valor debe protegerse.
La tendencia de crecimiento de consumo es clara y contundente. En el año 2000, el mundo demandaba 104 millones de sacos de café. El año pasado, esa cifra alcanzó los 177 millones. Y todo indica que, para 2030, necesitaremos al menos 200 millones de sacos para responder a los nuevos consumidores en Asia, África y otras regiones; y a las nuevas formas y momentos de consumo.
Brasil seguirá siendo el origen más importante del mundo en volumen. Su aporte al abastecimiento global ha sido decisivo. Y si algo debemos aprender de su experiencia, es que la tecnología en el campo es clave para lograr productividad, reducir costos y mantener la competitividad. En Colombia, debemos continuar apalancados en la calidad excepcional de nuestro café, esa es nuestra ventaja natural y diferenciadora, pero debemos tener la humildad y la inteligencia para aprender de quienes han logrado mayor eficiencia.
Sin embargo, aqui y allá la productividad enfrenta límites físicos y climáticos. Al cierre del actual año cafetero (septiembre), Colombia se encamina a una cosecha cercana a los 15 millones de sacos, con ingresos superiores a los $21 billones que han llegado a los productores. Pero todo indica que el siguiente año será distinto. Habrá un retroceso natural en la productividad, derivado del estrés fisiológico de los cafetales luego de una cosecha abundante (un fenómeno cíclico en nuestra agricultura), acentuado por la inusual persistencia de lluvias. El cambio climático ya no es un riesgo: es una realidad vivida. El clima errático, las lluvias desplazadas, las temperaturas extremas y el aumento de los costos -desde los fertilizantes hasta la mano de obra- están golpeando la sostenibilidad del sistema productivo. A pesar de ello, Colombia sigue de pie. Resiliente, firme, decidida a liderar desde la calidad, la eficiencia y la innovación.
En estos años, hemos logrado algo extraordinario como industria global: hacer crecer el valor de la categoría en el mundo. Y lo hemos hecho juntos. No importa si uno trabaja en café, en tecnología o en productos de consumo: nuestra responsabilidad es siempre la misma, construir valor. En café, lo hemos hecho. Cada punto porcentual, en una categoría más valiosa, significa más rentabilidad para todos. Eso es progreso compartido. Esa es la nueva normalidad que hemos construido y que funciona.
Pero al mismo tiempo, expresé en los dos escenarios las señales de alerta ¿Por qué, si hemos logrado consolidar una categoría más fuerte y rentable, algunos actores siguen presionando los precios hacia abajo? ¿Por qué se insiste en prácticas especulativas en los mercados de futuros que, al final, solo castigan a un eslabón de la cadena: el productor? Conviene decirlo con claridad: el productor es el único actor que no puede ser reemplazado. Sin él, no hay café. Y sin su prosperidad, toda la cadena se vuelve inviable.
Comprendemos las tensiones financieras: el capital es escaso, la liquidez está bajo presión. Pero lo que no podemos aceptar es que esa carga se traslade de manera desproporcionada a quien ya carga con los mayores riesgos. El consumidor, por su parte, sigue pidiendo satisfacer su experiencia en taza.
Sigue pagando y con gusto, por su café. Porque paga por algo más: por un ritual, por un vínculo, por una historia que lo conecta con un origen. Y lo más interesante es que aún hay 2,5 billones de personas en el planeta que no consumen café o su consumo es incipiente. Esa es la verdadera oportunidad.
Y aquí surge una pregunta de fondo: si caen los precios al productor, ¿también caerán los precios al consumidor final? La experiencia nos ha demostrado que no. Esa diferencia termina quedándose en la cadena. Y esto no solo es inequitativo, es insostenible.
El momento que vivimos es más que coyuntural. Es un punto de inflexión para decidir qué tipo de cadena de valor queremos construir. Porque hay una verdad que no se puede evadir: no habrá industria sostenible si no hay productores sostenibles. La sostenibilidad no es un discurso, es una estructura de valor que se construye desde abajo hacia arriba, empezando por quien siembra, cuida y cosecha. Si el mundo necesita más café, entonces debemos garantizar que quien lo produce pueda vivir dignamente de hacerlo. Esa es la ecuación esencial que no podemos seguir postergando.