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Analistas 04/02/2021

Obsolescencia programada

Analista LR

“Ya no hacen las cosas como antes”. ¿Quién no ha escuchado esta frase, repetida en las más diversas ocasiones por padres, abuelos y maestros? Pues resulta que tienen razón, como bien lo saben los usuarios de artículos recién elaborados.

Los mercados modernos desconocen el significado de durabilidad, y lo hacen tan desfachatadamente y con tanta frecuencia que nadie se escandaliza. Pasó a la categoría de las observaciones que por sabidas y repetidas se vuelven inocuas.

Pero el tema está a punto de convertirse en uno de los desafíos de fabricación y mercadeo más espinosos del inmediato futuro.

Según la noticia que leímos en La República, hace pocos días, Altroconsumo, una asociación de consumidores de Italia, puso en primer plano el tema de las obsolescencias programadas y demandó, ante los tribunales de ese país, a los fabricantes de artículos que incorporan la fecha en la cual se vuelven inservibles, sin avisarle al comprador lo que ocurrirá, ni el plazo en el cual se le acaba la vida útil al artículo que adquiere.

Ahí radica el problema. El comprador es víctima de la ignorancia en que lo mantiene su proveedor.

No hay mercado en donde las tecnologías de avanzada no puedan programar la obsolescencia con un alto porcentaje de exactitud. Las empresas tienen caminos de sobra para lograr los mismos efectos, pues el éxito de este tipo de operaciones no depende de los recursos tecnológicos, exclusivamente. El mismo efecto se puede conseguir con el desabastecimiento de repuestos indispensables o suspendiendo la fabricación de modelos, para mencionar ejemplos poco imaginativos.

Tratándose de este tipo de demandas, lo difícil es comenzar. Ya empezaron también en Bélgica y en España. La asociación que agrupa a los consumidores europeos respalda la iniciativa.

Sigue en turno Portugal y, con toda probabilidad, se extenderá pronto por el mundo entero como un efecto colateral del sacudimiento de los mercados y de las bolsas de valores, golpeadas por las malas expectativas, que solo comenzarán a despejarse cuando se conozcan los primeros fallos.

Cualquiera que sea el sentido de la sentencia resultará también inevitable la ampliación de los conceptos, pues las primeras respuestas alegarán que no puede exigirse que los artículos cuestionados deban manufacturarse para durar eternamente.

Y al margen de los argumentos jurídicos, tendremos una batalla legal que afectará costumbres comerciales muy arraigadas. Además, se comprobarán los efectos de la comunicación inmediata en esta aldea global, alborotada por la pandemia.

Mientras Apple despliega su ejército de abogados y se define este combate legal, millones de habitantes de todas las razas, países, edades y oficios, cada vez que se sienten ante su computador o llamen por su teléfono celular, le preguntarán al artefacto cuánto le queda de vida útil, si necesita un tratamiento especial para recuperarse, si le quedan defensas contra los virus o si es hora de llevarlo a un basurero tecnológico donde no dañe el medio ambiente.

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