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En 2050, don Julián Ramírez, caficultor de 62 años en Pijao, Quindío, despierta en una casa abastecida por una red energética nacional que funciona en un 90% con fuentes renovables. Su finca de ocho hectáreas exporta café especial a Asia y Norteamérica gracias a una logística moderna que le permite despachar su producción en menos de 24 horas hacia puertos eficientes del Pacífico y seguir cada grano hasta el consumidor final.
Sus hijos nunca tuvieron que migrar a las ciudades: se quedaron porque cuentan con conectividad digital de calidad internacional, servicios de salud modernos y una educación pública que les abrió las puertas para crear una empresa tecnológica vinculada a la producción agrícola, hoy conectada al mundo.
Julián contempla su presente con calma y orgullo. Mira hacia atrás y sonríe: Colombia, al fin, se atrevió a cambiar.
Este escenario no es una utopía. Es el resultado posible de reformas estructurales profundas que hoy parecen lejanas, pero que el país puede emprender si asume con decisión los desafíos que la historia le impone.
Infraestructura para conectar y transformar
Colombia no puede aspirar al desarrollo sin infraestructura moderna. Esto no significa únicamente carreteras o aeropuertos, sino un sistema integral de conectividad física, energética y digital. Un país conectado es un país más equitativo: reduce las brechas entre regiones, permite el acceso a mercados internacionales y brinda oportunidades de innovación en territorios históricamente marginados.
Acelerar la transición energética, universalizar la conectividad digital y modernizar la logística son inversiones estratégicas, no gastos. Cada peso destinado a infraestructura de calidad tiene un retorno multiplicador en productividad, cohesión social y competitividad internacional.
Una administración pública con estándares mundiales
La segunda gran reforma es la del Estado colombiano. La ciudadanía está cansada de la lentitud, la corrupción y la burocracia improductiva. Si queremos un país sólido en el largo plazo, necesitamos un Estado con estándares internacionales de eficiencia, apertura y limpieza.
Ello implica digitalizar procesos, reducir trámites innecesarios, profesionalizar la función pública bajo meritocracia y establecer mecanismos de rendición de cuentas radicalmente transparentes. Un Estado moderno no solo sirve al ciudadano de manera ágil, también es motor de confianza para la inversión y garantía de gobernabilidad democrática.
Decisiones basadas en evidencia y lectura del futuro
El tercer pilar es construir un sistema institucional de decisiones basadas en evidencia y anticipación intertemporal. Gobernar no puede seguir dependiendo de la improvisación o de los cálculos electorales inmediatos. Colombia debe institucionalizar la anticipación estratégica, los estudios de futuros, la evaluación rigurosa de políticas y la integración de datos de calidad que permitan proyectar escenarios de corto, mediano y largo plazo.
La capacidad de anticipar tendencias globales -cambio climático, transición demográfica- así como disrupciones, será la diferencia entre un país que reacciona tarde y uno que lidera el futuro. Las naciones que logran gobernanza anticipatoria son las que construyen estabilidad y confianza a largo plazo.
Un marco institucional robusto
Estas tres dimensiones -infraestructura, administración pública y decisiones basadas en evidencia- solo tendrán impacto real si se integran dentro de un marco institucional sólido. Se trata de un nuevo pacto nacional que garantice continuidad más allá de los gobiernos de turno y que blinde las reformas frente a retrocesos políticos. La solidez institucional es lo que permitirá que las apuestas de hoy se traduzcan en prosperidad mañana.
Un llamado al debate político
Colombia está frente a una coyuntura histórica: las elecciones de 2026 no pueden reducirse a promesas de corto plazo. El país necesita un debate político de altura, enfocado en construir un proyecto nacional de largo plazo. Este artículo es el segundo de una serie de propuestas orientadas a reforzar ese debate. No se trata de ideologías, sino de asegurar que Colombia se convierta en un país competitivo, justo y sostenible hacia mediados de siglo.
El futuro de Julián
En su finca del Quindío, don Julián contempla el amanecer entre cafetales y, con la serenidad que da el tiempo y la experiencia, recuerda a la distancia las discusiones de los años veinte del siglo XXI. Recuerda cuando la infraestructura de calidad parecía apenas un anhelo, la corrupción un destino inevitable y la desigualdad una condena perpetua para el país.
Pero también recuerda el momento en que todo cambió: cuando un Gobierno y una sociedad decidieron dejar atrás la resignación y emprender reformas profundas, guiadas por una visión de largo plazo. Ese fue el punto de inflexión que permitió que su generación y las siguientes creyeran, otra vez, en la posibilidad de un país distinto.
Ese futuro posible no es una ilusión: es la meta que hoy debemos empezar a construir. El reloj avanza, y la historia -como siempre- premia a los que se atreven a anticiparse.
Uno en que la cooperación siga siendo una respuesta clave ante la interrogante de cómo, desde el Estado y la institucionalidad, se le puede hacer frente a uno de los problemas históricos en nuestro país: esa marcada y persistente desigualdad
Muchas de las grandes empresas, especialmente las que contratan con el Estado, siguen creyendo que sus problemas se solucionan haciendo lobby individual y fletando parlamentarios para las elecciones venideras