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Analistas 25/11/2016

La Guajira y el Nobel de Economía

Analista LR
La República Más
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Hace 20 días en este diario, el saliente gobernador encargado de La Guajira, Jorge Enrique Vélez, presentó una cifra que me llamó poderosamente la atención. Según el funcionario, de los $730.000 millones que dispone este pobre departamento, solo $30.000 millones provienen de ingresos propios y el resto de regalías. A simple vista parecería que existe una acertada política redistributiva, pero justamente esta puede ser la causa de tanta miseria.

Esta semana, al leer el libro ‘The great divide’ del nobel de economía Angus Deaton, me sorprendí cuando encontré allí este párrafo, que a pesar de no referirse a un lugar en particular, fácilmente podía haber sido escrito sobre La Guajira. En este se señala:

“Los gobiernos [que] están bien financiados por la venta de recursos naturales -minerales y petróleo- y son notorios en este aspecto no tienen la necesidad de recaudar impuestos de la población. Como aquel que toca la flauta es el que escoge la canción, los gobiernos pueden usar esos ingresos para mantener un sistema de clientelismo y abusos, con poco interés en la salud y el bienestar común”. 

El exceso de recursos provenientes de fuentes externas a una población, que tendría que decidir conscientemente el pago de tributos, lleva a una falta de sintonía absoluta entre la clase política y los ciudadanos. La discusión de Deaton se centra en un álgido y reciente debate en la economía sobre si la ayuda externa de otros países o entidades sin ánimo de lucro terminan, paradójicamente, perjudicando más que ayudando. Él cree que sí.

En el caso de La Guajira, este aspecto también es propio de muchas organizaciones, tanto nacionales como internacionales, que hacen presencia humanitaria en la zona. A estas se les debe recordar las documentadas advertencias del británico: 

Primero, así los recursos no se les otorguen a los gobiernos y los proyectos sean desarrollados directamente por parte de las ONG, estos terminan beneficiando a los gobernantes corruptos pues les quitan la responsabilidad de dar una atención mínima. Segundo, muchas de estas iniciativas necesitan personal que son atraídos desde las instituciones públicas -médicos, enfermeras- debilitándolas aún más para el futuro. Tercero, los proyectos pilotos, por lo general, a gran escala nunca se replican igual.

De esta manera, el tema de la ayuda externa y de las ONG debe examinarse con lupa para que sus efectos no sean peores. El más claro ejemplo es África; allí en los años posteriores a la guerra fría, en los cuales se redujo drásticamente la cooperación internacional, el crecimiento económico fue mucho mayor.  Pero aún más grave es que cuando existen este tipo de incentivos perversos, la clase política regional no necesita de la gente para gobernar. Con las grandes cantidades de regalías, se dedican a corromper el sistema y a enquistarse para enriquecerse mientras los menos favorecidos sufren y hasta mueren. 

No es coincidencia que Cecilia López hubiera encontrado que de los 10 municipios más pobres de Colombia, la mitad tienen minería y petróleo. Estos recursos terminan siendo una maldición. Otro ejemplo son países del medio oriente que a pesar de tener altos ingresos cuentan con deficientes instituciones democráticas. 

En la Guajira, como acertadamente lo plantea Vélez en línea con el pensamiento del nobel, se debe lograr que la clase política le responda a sus electores y presione para que el presupuesto esté compuesto, en mayor escala, por recursos propios y no por transferencias. Irónicamente, esta plata no permite que el departamento surja. 

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