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Las redes sociales han ampliado el espectro de la democracia. Hoy, todo ciudadano puede potencialmente comunicarse en segundos con cualquier político o, incluso, con el presidente de su país. Paradójicamente, esta innovación podría, a través de las “fake news” (noticias falsas), socavar el poder del pueblo.
La democracia se originó en Grecia como alternativa a otros tipos de gobierno, de carácter autoritario, que por herencia o por conquista dominaban al resto. El pueblo era llamado a decidir sobre los problemas públicos.
Aristóteles, en línea con esta tradición, consideraba que la vida virtuosa requería la participación popular en los asuntos cívicos. Pensaba que una persona que opinara acerca de aquello, cumplía su deber en la misma condición que un político elegido. El problema fue que tras el crecimiento geográfico de las ciudades estado, esto era logísticamente imposible.
Twitter y Facebook cambiaron esta realidad. Muchos los conciben como un foro público. De acuerdo con la Corte Suprema de Justicia americana son “la plaza pública de la época moderna”. Aparte de los troles y la constante agresividad que se da en estos espacios, el potencial democrático es enorme.
En el otro extremo se encuentran las “fake news” que desinforman de manera flagrante y, lo más preocupante, es que pueden definir elecciones. En la última contienda en Estados Unidos, asombrosamente, las 20 noticias reales más compartidas en las redes sociales tuvieron menos alcance que las 20 noticias falsas de mayor acogida. Muchos utilizamos las redes para informarnos. Por ejemplo, en Estados Unidos 64% de las personas reportó que durante la campaña presidencial utilizaba estos medios.
En Colombia, recientemente, ha habido titulares en redes que señalan que Lina Moreno de Uribe es familiar del corrupto fiscal Gustavo Moreno; o que el hijo del presidente golpeó a su novia. A pesar de no ser ciertos, muchos incautos caen. Según una investigación de la Universidad de Stanford, la motivación de quienes escriben y publican noticias falsas es tanto ideológica -atacar al candidato contrario-, como económica. En EE.UU. las noticias más compartidas fueron creadas por jóvenes que lograron recaudar miles de dólares derivados de la publicidad.
Este mismo estudio describe que las personas más propensas a caer en esta desinformación son aquellas que son muy partidistas o, en algo que considero extremadamente grave, están indecisas a la hora de escoger sus candidatos.
Las “fake news” son una amenaza real a la democracia pues fácilmente puede resultar elegido el candidato al que más le favorezcan; es decir, una elección totalmente fraudulenta. Por ende, es urgente tomar medidas para restringir esta clase de contenidos. La iniciativa de Google y Facebook de no permitir ingresos por pauta a páginas dedicadas a las noticias falsas es un buen inicio ya que elimina el incentivo económico.
Adicionalmente, existen algoritmos que se están desarrollando para identificar cuentas y contenidos de esta naturaleza y bloquearlos automáticamente. Acciones como estas, que no atentan contra la libertad de expresión y que no dependan de los seres humanos, pueden contribuir ostensiblemente. Además, debe existir una fuerte autorregulación por parte de todos los usuarios.
El mundo está aprendiendo apenas a manejar las redes sociales. Su potencial es infinito y le daría voz en los asuntos públicos a quienes históricamente no la han tenido. No se puede permitir que las “fake news” nos agüen la fiesta.