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El líder populista ataca a las élites y presenta un discurso a favor del “pueblo” para darle voz a quienes el corrompido sistema no representa. Figura como alguien ajeno a esa clase potentada, dispuesto a combatirla en nombre del ciudadano del común. En esta elección hubo dos candidatos de esta naturaleza con posiciones diferentes.
Por años, Trump ha logrado hacerle el quite al sistema, no pagar impuestos a través de artimañas legales y pertenecer al selecto grupo neoyorquino cuya influencia se extiende por todo el país. Hoy, él es una de las 400 personas más ricas, según Forbes.
La rabia desatada por la crisis financiera del 2008 era justamente contra los Trump. Estaba dirigida hacia los billonarios en un mundo desigual e injusto y contra de un sistema tributario, en el cual, de acuerdo con Warren Buffet -el tercer hombre más rico del planeta- su secretaria paga una tasa impositiva más alta que la suya. Este estupor reclamaba un líder populista en nombre de los más pobres y débiles.
Fue ahí donde apareció Bernie Sanders para emocionar y poner en aprietos a Hillary. Sin embargo, tras unas cuestionables maniobras de las directivas del Partido Demócrata, fue vencido. Hoy, con la ventaja de la retrospectiva, no es desacertado pensar que Bernie pudo haber derrotado a Trump.
De haber sido así, se hubieran enfrentado los que, según un interesante artículo de Foreign Affairs, son los dos tipos de populistas americanos. Unos, quienes direccionan su ira hacia las élites corporativas y hacia un gobierno que vulnera los derechos de las personas. Este es el caso de Sanders.
Otros, que acusan a las grandes corporaciones y al Estado de afectar el interés económico de los ciudadanos del común, siempre que estos sean descendientes de europeos. Trump pertenece a esta categoría pues despliega un discurso xenófobo, al mismo tiempo que enfatiza en que es el libre comercio el causante de la pérdida de millones de trabajos.
Hubiera sido interesante una batalla entre estos dos aspirantes, en medio de un discurso cargado de emoción y sin “pelos en la lengua”. El voto derivado de la rabia, del que tanto han hablado los analistas, lo hubieran peleado esos candidatos.
Hillary era lo opuesto. Sin embargo, era la favorita, tenía el apoyo del establecimiento y una personalidad cerebral que no transmitía emociones. Era la continuidad. Obama es popular, pero fallaron en comprender la desilusión existente hacia la clase política americana.
Trump supo entenderlo, por eso hablaba de “Make America great again”. Este eslogan no hacía referencia solo a Obama sino a una larga fila de políticos, de ambos partidos que han llevado a Estados Unidos al declive. El “hashtag” que promovió Sanders fue “Feel de bern”, un juego de palabras que en español se podría entender como “siente el quemón”. Ambos comprendieron que los estadounidenses estaban molestos y que el país buscaba a un populista que representara al pueblo.
El académico Woodward argumenta que los populistas son necesarios en ciertas instancias. Según él, “uno debe esperar, e incluso desear, que en el futuro surjan fuerzas que zarandeen a los poderosos y promuevan una terapia periódica necesaria para la salud de nuestra democracia”.
Si Estados Unidos pedía un presidente de este tipo, debió elegir a Bernie y su lucha en nombre de la justicia social y no a Trump con su xenofobia y su discurso del miedo. Ya es tarde para ambos partidos, pero es una importante lección de lo que pasa cuando los políticos no están sintonizados con la gente.