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Riesgo para la dirección, la estrategia y la disciplina empresarial. En el mundo de los negocios, ser “bruto” no solo es un problema individual, sino una amenaza estructural que puede socavar la dirección de una empresa, la coherencia de su estrategia y la disciplina organizacional. Pero, ¿qué significa realmente ser bruto en el ámbito empresarial? No se trata solo de la falta de inteligencia, sino de la combinación de arrogancia, impulsividad y resistencia al aprendizaje y poder. Es un cóctel letal que puede convertir una compañía prometedora en un barco a la deriva.
Un líder bruto no escucha, no se rodea de talento ni permite el disenso. Suele tomar decisiones basado en corazonadas o intuiciones mal fundamentadas, ignorando datos y opiniones expertas. Esto genera un ambiente de incertidumbre, donde los colaboradores operan con miedo o indiferencia, sabiendo que sus aportes no serán valorados. Empresas dirigidas por este tipo de liderazgo suelen experimentar alta rotación de talento, decisiones erráticas y una falta de propósito claro. En el mejor de los casos, sobreviven por inercia; en el peor, se estancan o decrecen.
La estrategia requiere visión y consistencia, dos cualidades que un líder bruto difícilmente posee. La falta de análisis profundo y el deseo de resultados inmediatos llevan a decisiones contradictorias: un día la empresa invierte en innovación, al siguiente recorta presupuesto en desarrollo. Sin una dirección clara, los equipos operan en un vaivén de prioridades cambiantes, desperdiciando recursos y perdiendo competitividad. La incoherencia estratégica no solo frena el crecimiento, sino que desgasta la confianza de clientes, socios e inversionistas.
Una organización que no tiene disciplina en la ejecución está condenada al caos. Ser bruto significa subestimar la importancia de los procesos, saltarse protocolos esenciales, desestimar la planificación rigurosa y contratar el talento equivocado. En lugar de implementar metodologías probadas, los líderes brutos improvisan, creyendo que el instinto y la presión constante son suficientes para lograr resultados. Sin disciplina, no hay rendición de cuentas ni aprendizaje organizacional. Se repiten los mismos errores sin correcciones, las métricas son ignoradas y el desempeño se evalúa con criterios subjetivos. A largo plazo, la empresa pierde eficiencia, credibilidad y oportunidades de mejora.
El primer paso para evitar este tipo de liderazgo es reconocer que nadie tiene todas las respuestas y que el aprendizaje continuo es una necesidad, no una opción. Escuchar más de lo que se habla, valorar la retroalimentación y rodearse de personas más inteligentes en áreas clave es fundamental.
Tomar decisiones basadas en datos en lugar de depender de impulsos o intuiciones sin fundamento permite mayor precisión. Ser coherente con la estrategia y definir objetivos claros evita que la organización caiga en una espiral de contradicciones. Finalmente, ejercer disciplina en la ejecución, cumplir procesos, medir resultados y hacer ajustes basados en evidencia garantiza un crecimiento sostenible, actividades para personas disciplinadas.
A manera de invitación a reflexionar: siempre es fácil identificar la falta de visión en otros. El verdadero reto es preguntarse si uno mismo no está cayendo en ese destructivo error.
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