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Analistas 23/12/2019

¿Debemos repensar el libre comercio?

Fabrizio Opertti
Gerente del Sector Integración y Comercio del BID
Analista LR

*Con la colaboración de Eric Parrado, economista jefe del BID

Desde inicios de los 90 la apertura económica fue pensada y presentada como un motor que nos ayudaría a dejar atrás la década pérdida de los 80. La reducción de aranceles y la apertura a la inversión extranjera, entre otros, serían ingredientes que nos pondrían en la misma liga que los tigres asiáticos.
Hoy, en medio de las tensiones globales sobre aranceles, la globalización es vista por muchos con una dosis de escepticismo, culpable por males como la inequidad y el estancamiento salarial. ¿Ha llegado la hora de que Colombia y otros países busquen otro camino?

La respuesta es no. La conclusión de nuestro nuevo informe bandera “De Promesas a Resultados en el Comercio Internacional: Lo que la Integración Global puede Hacer por América Latina y el Caribe”, plantea que la apertura comercial sigue siendo necesaria para nuestro desarrollo, aunque debemos mejorar cómo la implementamos.

La percepción que la apertura comercial dañó nuestras economías es incorrecta. Según nuestros cálculos, el recorte promedio del 56% en los aranceles que ocurrió entre 1990 y 2010 aceleró el crecimiento del PIB per cápita en América Latina y el Caribe en 0,6% al año. Si bien puede parecer modesto al lado del Este Asiático, este efecto en el caso de Colombia significa un ingreso per cápita un 21% mayor por la apertura.

Liberalización y poder ejecutivo
Si bien es una exageración echarle la culpa al libre comercio por fallas que corresponden a otras instancias institucionales, políticas y estructurales, hay que reconocer que se deben tomar medidas para que la apertura funcione para todos.

Por ejemplo, podemos mejorar la arquitectura institucional que rodea la política comercial. A menudo, las decisiones suelen recaer en ministerios cuyas preferencias están alineadas con aquellos que se benefician de la protección. Australia, es un ejemplo de un país que ha logrado forjar instituciones públicas relacionadas con el comercio que gozan de independencia, capaces de proporcionar análisis y consejos sólidos, y que jugaron un rol fundamental para convertir al país de una economía protegida a una abierta.
La construcción de alianzas a favor del comercio necesita el respaldo de los ciudadanos. La opinión pública sigue apoyando el comercio, aunque es sensible a los mensajes anti-comercio que resaltan potenciales shocks negativos al empleo. En Colombia, encontramos que un 67% declara su apoyo al comercio, aunque el apoyo baja al 34% si el comercio es percibido como una amenaza al empleo. Y por eso es importante destacar las oportunidades de empleo que podrían surgir gracias al acceso a mercados externos.
Es cierto que el libre comercio produce algunos perdedores. El reto es cómo mitigamos el golpe de los shocks comerciales sin perjudicar la reasignación de capital y de los trabajadores hacia empresas y sectores más competitivos. Aquellos programas que aumentan las habilidades y movilidad de los trabajadores, por ejemplo, reducen los impactos negativos de la apertura comercial. La tendencia es de programas de capacitación de corto plazo, gestionados por el sector privado, disponibles para todos los trabajadores, no solo para quienes hayan sido desplazados por las importaciones.
Los gobiernos deben superar la obsesión histórica con las manufacturas, un sesgo heredado de la época de la sustitución de importaciones. Una visión más amplia debe incorporar sectores como la agricultura y la exportación de servicios, que han tenido avances tecnológicos notables.
Finalmente, la integración que tenemos en Latinoamérica y el Caribe es una compleja telaraña de 33 tratados comerciales preferenciales. Calculamos que una racionalización que incluye un acercamiento de México con las grandes economías suramericanas de Argentina y Brasil puede aumentar el comercio intrarregional en un 11,6%, equivalente US$20.000 millones.
La Gran Liberalización que arrancó en 1990 no resultó ser la panacea que terminaría con el subdesarrollo. No obstante, su balance es positivo. Debemos evitar la tentación de volver al encierro económico y trabajar juntos en una integración que funcione para todos nuestros ciudadanos.

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