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El horrendo ataque contra el candidato presidencial de Colombia, senador Miguel Uribe Turbay (seguimos #UnidosEnOración), es una acción de terrorismo organizado, calculado y diseñado para provocar miedo y desolación en la sociedad colombiana.
Su objetivo es impactar no solo el cuerpo físico de la víctima elegida, sino también el cuerpo social y el espíritu de la nación; desestabilizar la calma y sembrar incertidumbre en un momento crucial.
Nos asola el sufrimiento patrio, una melancolía e indignación profunda al ver cómo se busca, una vez más, afectar nuestra conciencia colectiva. Es desolador que se pretenda convertir la muerte, la violencia y el terror en perverso instrumento de manipulación política que nos recuerda momentos oscuros de nuestra historia. Se quiere debilitar el espíritu de la Nación.
Colombia está llena de relatos e historias que buscan justificar todo tipo de actos y comportamientos surgidos de la eliminación del otro, del opositor. Da tristeza decirlo: en las tarimas, en los lugares públicos, en las redes sociales y en los medios de comunicación, predominan las tácticas y estrategias de odio, división, exclusión y polarización.
Distorsionamos el poder del lenguaje, la fuerza de la palabra y los argumentos para dialogar, concertar y acordar desde las diferencias. Y en lugar de enfrentar y gestionar los conflictos con los cambios y transformaciones sociales profundas que requiere el país, los profundizamos y los eternizamos.
En pleno siglo XXI, usamos las tecnologías de la información para confundir y fomentar la barbarie. En esta democracia bipolar, las redes sociales nos muestran una nación sin memoria, que se empeña en fragmentarse. Somos un país de extremos, entre fanatismos, que pareciera gozar del desorden y de las violencias.
Tenemos una responsabilidad ética colectiva: transformar este perverso panorama digital, usar las tecnologías de la comunicación para fomentar y fortalecer la pedagogía del diálogo, el respeto, la coexistencia, la armonía y la paz.
Es imprescindible desarmar la palabra de odios y fanatismos, no callándola, sino valorando y simplificando el lenguaje para promover la conversación y la unidad en el país, en nuestras regiones y comunidades. Promover una cultura ciudadana y política fundamentada en el respeto y la comprensión.
Que nuestra memoria no nos traicione y nos haga perder de vista la grandeza de nuestra nación, la amabilidad de su población, la riqueza cultural, la diversidad de la naturaleza, así como la creatividad y habilidad de artistas, científicos, deportistas, empresarios y emprendedores. Todos ellos piden diálogo y la oportunidad de sentarnos juntos en una mesa, unir fuerzas y modificar el rumbo mediante acuerdos y acciones para un futuro diferente para nuestros hijos y las generaciones que llegarán.
Deseamos y trabajamos por una Colombia de culturas y etnias, de regiones y comunidades diversas, pluriétnicas y multiculturales, que se reconozca, se acepte y nos incluya a todos como parte integral de la trama y la urdimbre de la Nación. Que desarrolle conciencia individual y colectiva y enfrente unida los retos y desafíos de un país incluyente, equitativo, justo y pacífico. Un país que respete la institucionalidad, la Constitución como el gran acuerdo de Nación, el Estado Social y de Derecho, la libertad, el orden y la vida. Donde el altruismo y la solidaridad nos permitan comprender que la vida y los derechos de los demás deben tener el mismo valor que nuestra propia vida… y que la vida de todo un país.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente