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Tres tendencias -que empiezan a ser una constante- marcan la suerte de unos resultados electorales sorprendentes en lo que va de 2016, por un lado, la consolidación de una tendencia extrema y, por otro, el desgano de la juventud y las minorías para enfrentarla en medio de una campaña de exageraciones y mentiras.
En los Estados Unidos alrededor de la campaña de Trump se fue consolidando una derecha de blancos de clase media o media baja que se siente amenazada por el multilateralismo, mientras que los menores de 29 años -que encuentran más garantías en este- apoyaron un 5% menos a los demócratas respecto a 2012 y 11% menos frente a 2008. Por su parte, las mujeres no solo perdieron la oportunidad de romper el dominio masculino en el poder, también votaron en menos porcentaje a Clinton que a Obama, pese a lo que Trump significa para ellas.
Desgano que también afectó minorías sobre todo discriminadas por la campaña del vencedor. La participación de los afroamericanos disminuyó poco más de 1% respecto de 2012, y permitió que Carolina del Norte sumara a Trump y, por su parte, los latinos que si bien apoyaron mayoritariamente a los demócratas, lo hicieron en un porcentaje menor que en el 2012, empeorando sobre todo en la Florida que volvió a contribuir de forma determinante a favor de los republicanos.
Parece que a los propios americanos les cuesta entender el mundo y su sistema electoral tanto como a los demás, toda vez que lo que importa es ganar donde conviene y de ahí que Trump ganara las elecciones pese a optener 200.000 votos menos que Clinton y menos votos que el candidato republicano de 2012.
Cosa similar pasó con el referéndum sobre el Brexit. La población del Reino Unido con ingresos por debajo de las 25.000 libras esterlinas anuales, de escaso nivel educativo y sin seguro médico votó en contra de permanecer dentro de la Unión Europea. La brecha generacional también se evidenció: los mayores de 65 años votaron en contra de la permanencia, frente a la casi totalidad de jóvenes entre los 18 y 25 años -que con escasa participación- votaron por permanecer en la UE. También la fuerza del nacionalismo y el rechazo a la integración de migrantes fue definitivo.
En Colombia, la campaña previa al plebiscito para aprobar el Acuerdo de Paz se centró -como precisamos el 20 de octubre pasado-, en el cálculo político de unos y el interés de otros que se ven amenazados por la multilateralidad en materia de derechos humanos: iglesias que no defienden la paz sino el dogma; grandes grupos económicos que con “ética empresarial” financian el Sí y el No, ante una eventual responsabilidad penal; taxistas y transportistas de carga que defienden el statu quo de su “buen servicio”, que descartan la competencia que impone la globalización y -una abrumadora abstención, sobre todo de jóvenes- que alcanzó 63% explican la victoria del No.
El 22 de septiembre citamos a The Economist que dijo que no solo Trump es el máximo exponente de lo que denominan “posverdad”, afirmaciones que no tienen base en la realidad, sin descaro ni castigo, pero que representan la voluntad del político de defender el poder de la élite. La juventud y las minorías no pueden dar por sentado que el multilateralismo que limita el poder de los Estados es absoluto y no tiende a la regresión, ahora más que nunca hay que defenderlo con más democracia, participando en ella y con los estándares que nos ofrece el multilateralismo.