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Hace una semana en el Palacio de la Expo Universal de Dubái, el ruso Ian Niepómniashi y el noruego Magnus Carlsen protagonizaron la partida más larga de la historia de los mundiales de ajedrez. El noruego superó al ruso en el sexto enfrentamiento de los 14 previstos, luego de un combate mental que tomó ocho horas y 131 movimientos. Pero el largo aliento que ahora nos ocupa no es el de Dubái, sino el que desde 2002 se viene dando en Ucrania.
Desde que se disolvió la Unión Soviética, Moscú pretendía que Washington brindará garantías de que la alianza entre europeos y norteamericanos no se ampliaría, sin embargo, vio como Polonia, Hungría y la República Checa se sumaron en 1999, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia adhirieron en 2004, luego Albania y Croacia en 2009, Montenegro en 2017 y Macedonia del Norte en 2020.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), es una alianza militar que se rige por el Tratado del Atlántico Norte que, a partir de 1949, en virtud de su artículo 5, constituyó un sistema de defensa colectiva en el cual los socios se comprometen a defender a cualquiera de sus miembros si son atacados por una potencia externa. Desde el fin de la guerra fría, su finalidad -sin renunciar al compromiso de defensa- es garantizar la libertad y seguridad de sus países por medios políticos y militares.
En 1994 puso en marcha el programa Asociación para la Paz, fomentó relaciones bilaterales con países asociados que podían elegir hasta qué punto querían participar y afianzar su relación. Así, Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Kasajistán, Kirguistán, Moldavia Rusia, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, antiguos Estados de la Unión Soviética, siguieron el ejemplo de Ucrania aproximándose a la Otan. Pero no fueron los únicos, otros Estados neutrales en la guerra fría, capitalistas (Austria, Finlandia, Irlanda, Malta, Suecia y Suiza) y socialistas (Bosnia, Herzegovina y Serbia), se dejaron seducir por la estrategia.
De esta manera, inició la partida de Ucrania entre la Otan y Rusia, cuando Kiev y la Alianza cerraron un plan de acción en 2002, que se intensificó en 2005 y los llevó en 2008 a hacer una solicitud formal de membresía, que se ha aplazado porque Putin, poco antes del enroque con Medvedev, lo consideró “una amenaza directa”. Hoy, con movimientos y jugadas más propias de la guerra fría, se celebra, por un lado, la cumbre de las democracias convocada por Washington y, por el otro, el 30º aniversario del acuerdo de disolución de la Unión Soviética, para el citado Putin “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.
Así, las ambiciones de ampliación y contención de la Otan, tan vivas como antes, ponen en juego la soberanía de Ucrania y de cualquier nuevo candidato del antiguo bloque, para evitar que quede cobijado por el artículo 5 del Tratado Atlántico. En esta partida, Ucrania, sobre todo desde 2014, viene siendo el campo de batalla con sentidas bajas, el secesionismo en Donbás, la anexión de Crimea por Moscú, los ataques por fuerzas interpuestas y el derribamiento de un avión con 298 personas a bordo que sobrevolaba su territorio. Las maniobras militares y la concentración de tropas rusas -incluso en el mar Negro- dejan ver no solo que la partida continúa, sino que en 2022 no se descarta una invasión armada a gran escala.