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Analistas 20/05/2021

Diálogo, confianza y cumplimiento

Eduardo Verano de la Rosa
Gobernador del Atlántico

La protesta social es legítima. Está consagrada como el derecho a la resistencia a la opresión en los textos de las constituciones republicanas como la nuestra, y forma parte de los fundamentos de la cultura de la ilustración que, se expresa con claridad en la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano de 1789. La protesta social es resistencia a los ataques a sus derechos por parte del poder público. Es la voz del soberano que indignado dice: la democracia reside en la ciudadanía y debe ser obedecida. Esto debe ser comprendido.

La legitimidad de la protesta social no queda en duda en un Estado social y democrático de derecho. Esto es lo primero que debe ser aceptado. Existen excesos en la protesta social; siempre se presentan, es inevitable y no puede serle imputado a los dirigentes de una protesta social. Siempre se presentan y se presentarán, pero esto no descalifica las demandas de la sociedad civil. Son excesos que deben ser controlados. De acuerdo, y el control de los excesos tiene que ser razonable y proporcional.

Ocurre que los medios para controlar los excesos a veces lo alimentan. No es una política correcta identificar protesta social con sus excesos. Caricaturizar la protesta, es contraproducente y conduce a cerrarle camino al dialogo y a la construcción de consensos. Las revoluciones americanas y francesas tuvieron excesos, nadie lo puede discutir. Pero esas protestas sociales dieron nacimiento a una nueva sociedad y a una nueva cultura: la cultura de los derechos y de la democracia.

Los excesos de parte y parte deben ser rechazados, es lo mínimo que debe hacerse por las partes para iniciar un dialogo a fin de generar confianza y construir un consenso. Pero los excesos no pueden ser los árboles que impidan ver el bosque. No es un enemigo el que protesta en las calles, es el soberano. Que la ciudadanía debe respetar unos límites, no se discute. Insisto, la ciudadanía que protesta no puede ser tratada como un enemigo; menos, debe ser combatido a sangre y fuego.

Me acuerdo de la historia de Iván el Terrible en 1570 en la ciudad de Nóvgorod cuando asistió a fin de aplastar una sublevación y cómo tembló ante la presencia de un santo varón consagrado a Cristo, que ante él: “tendió al Zar un vaso lleno de sangre y un trozo de carne cruda, invitándole a beber la sangre y a comer la carne. El Zar retrocedió con repugnancia, preguntándole cuál era el propósito del santo varón. Entonces el hombre de Dios le dijo: Este es un vaso de sangre derramada por orden tuya”. El Zar, con su pañuelo hizo señal y detuvo la matanza.

La historia es real. No digo que el gobierno se haya comportado como Iván el Terrible, digo que la vida humana es sagrada, debe ser respetada y evitarse el derramamiento de sangre, las desapariciones y el exceso de la fuerza. En tiempos de pandemia, el gobierno debe estar dedicado a las vacunaciones masivas de la población y a la atención de las poblaciones vulnerables. Se debe dialogar, construir confianza y acordar salidas que convenidas se cumplan.

Son tiempos difíciles, lo que se convenga debe ser cumplido. El pacta sunt servanda, es un valor superior de toda civilización. El que pacta debe cumplir lo pactado. Real, la historia nacional está plagada de pactos entre la población y los gobernantes que se han incumplido, desde la rebelión de los Comuneros el incumplimiento de lo pactado alimenta la desconfianza y deslegitima a los gobiernos. Chile y está dando un excelente ejemplo. Las protestas ciudadanas encontraron la alternativa razonable en un proceso constituyente.

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