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Analistas 14/04/2018

Venezuela y corrupción

Edgar Papamija
Analista

La incertidumbre sigue presente en el escenario económico, pese al comportamiento de un espejismo llamado petróleo, y por eso es importante darle una mirada al entorno para no perder la perspectiva. La VIII Cumbre de las Américas es una de las tantas reuniones internacionales que además de dejar voluminosos documentos y testimonios gráficos, no parecen aportar mucho a la solución de los problemas globales o hemisféricos como los que tienen que ver con el encuentro de Lima.

Lo que llama la atención, además de la presencia de la hija de Trump, la inquietante Ivanka, es la temática del encuentro que versará sobre dos temas que preocupan a las democracias de esta parte del planeta: la corrupción y Venezuela. En cuanto a Venezuela, se sigue mostrando la incapacidad de los Estados y de las Organizaciones para aplicar correctivos o señalar derroteros que respetando la no intervención y el derecho a la autonomía de los pueblos, contribuyan a defender las libertades individuales, a condenar las restricciones al ejercicio de los derechos ciudadanos y a denunciar la concentración de poder que coopta la justicia y permite ejercicios dictatoriales al mandatario de turno y a la camarilla que lo rodea.
Pero lo que más preocupa a los vecinos del “bravo pueblo”, son los efectos de la diáspora venezolana cuyas cifras no se conocen pero que sin lugar a dudas producen traumatismos en la región, urgida de adoptar políticas que contemplen la solidaridad humanitaria con los desplazados y al menos un pronunciamiento enérgico para llamar la atención de la comunidad internacional sobre un problema, in crescendo, que merece juicioso análisis y notificación clara al ausente Maduro, para hacerle entender que nadie entiende su autismo despótico.

En cuanto a la corrupción, nadie se salva. El mundo, pero particularmente este sector del planeta vive la frustración del fracaso en la lucha contra un mal endémico que no se detiene ante nada ni ante nadie y que parece no tener cura o por lo menos paliativo. Odebrecht se convirtió en el símbolo perverso del crimen transnacional y dejó al descubierto que ningún régimen, independientemente de su orientación política, está exento de esta pandemia del siglo XXI. El encarcelamiento de Lula Da Silva y de Ollanta Humala, estremecieron al Brasil y al Perú. Argentina, El Salvador, El Ecuador, la renuncia de PPK y la orden de captura de Alejandro Toledo, muestran la gravedad de la enfermedad y el riesgo de contagio.

En Colombia el problema es más grave porque aquí pasó lo mismo que en el vecindario con la diferencia que los responsables de primera línea, gozan de la impunidad y continúan sonriendo frente a las cámaras buscando votos o recomendando candidatos, eso sí, condenando la corrupción y prometiendo lucha sin cuartel para eliminarla. El sainete en Colombia sigue, pero la sociedad no puede creer que la impunidad o la ausencia de sanción social puede seguir indefinidamente. El deprimente espectáculo de los elegidos al Congreso, en las elecciones más corruptas de la historia política del país, no podía ser más patético; la opinión de la gente decente los abandonó. Todo indica que las maquinaria serán derrotadas o ignoradas y sus dueños no ocultan la crispación y la violencia con que invitan a eliminar al adversario.
Los dos temas de la cumbre de las Américas ocupan la agenda electoral en nuestro país y serán utilizados para conseguir resultados electorales. El debate apenas comienza y su resultado es impredecible. La prudencia recomienda cautela.

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