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Analistas 18/07/2015

Nuevo gerente de la FNC: entre arábigo y canephora

Edgar Papamija
Analista
La República Más
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Fundada en 1927 la Federación Nacional de Cafeteros, sigue en crisis pese a los mejores resultados del último año que lejos de alejar el fantasma, lo acrecientan, pues el gremio no es ajeno al demonio de la política que enciende los ánimos, aviva los rencores y obnubila la razón. 

Hoy, Gobierno y cafeteros, cada uno con visiones distintas e intereses contrapuestos, no piensan más que en el sucesor de un payanés que, como casi todos los expertos del café, se han hecho en la teoría y en las mieles de la burocracia cafetera, lejos de los avatares de las siembras, las cosechas, el clima, los insumos, la inseguridad y los miles de problemas que soportamos los que, algún día, presas del aroma del café, cometimos la torpeza de soñar con la fortuna, habiendo pagado un alto costo por tamaño atrevimiento. Millones de colombianos hemos mordido el polvo de la crisis.

La designación del gerente de la FNC no puede seguir el mismo criterio de los anteriores. No es suficiente haber formado parte de la frondosa burocracia cafetera para tener títulos idóneos. Si bien es cierto la producción cafetera apenas es superior a un punto del PIB y no llega a 7% de la producción agropecuaria, toca a más de medio millón de familias colombianas. 

El Gobierno fiel a su estilo de capear tormentas con paños de agua tibia olvida lo fundamental. Lo que hoy está en juego es la institucionalidad misma de un ente que en el pasado construyó un enorme tejido social y significó prosperidad, pero que hoy merece no solo una profunda reingeniería sino una “constituyente” como lo definió Santos, en ese juego de frases que tanto gusta a nuestros gobernantes.

La FNC administra recursos públicos, producto de  la contribución cafetera y de los aportes fiscales que el Gobierno hace año tras año. Esa administración deficiente a la que se suman lastres como los 40.000 millones que cada año debe aportar a la Flota Mercante Grancolombiana, le cuesta al país casi 50% del negocio cafetero, y como tal, arroja un déficit operacional año tras año que no será posible conjurar.

El informe de la Misión Cafetera en su momento produjo enorme controversia, pisó callos y produjo airadas reacciones; pero no todo en ese informe es desechable y valdría la pena que aspirantes y electores del nuevo zar del café, le dieran un vistazo. “El fondo es insostenible en el largo plazo”; “La FNC es una Institución caracterizada por su poca transparencia”; “En su seno los recursos públicos y privados son en alguna medida fungibles”; “En su interior se pierde la noción de qué es público y qué es privado”. 

Graves afirmaciones que debieron merecer respuestas más contundentes y efectivas, pues ya no se trata solamente de los intereses económicos privados de un sector, sino de los recursos de los colombianos que se han entregado a una empresa privada que tiene la obligación de manejarlos con total transparencia.

La gran incógnita no es entonces quién tiene los afectos presidenciales para ser ternado como candidato a la gerencia de la FNC, sino quién tiene la capacidad de reorientar con independencia el futuro cafetero del país, no solo definiendo la disyuntiva arábigo o robusta, rompiendo esquemas, sino mejorando la productividad, la rentabilidad y la competitividad de una industria que le dió la espalda al mundo en 1989 cuando desapareció el Pacto Mundial Cafetero. 

Un negocio que cuando produce pérdidas solo afecta a los productores, no puede subsistir. De esta maneram para revivirlo, se requiere algo más que títulos académicos o experiencias de escritorio.
 

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