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Analistas 24/06/2023

Buscar lo que no se ha perdido

La República Más

Hay un lugar en el Atlántico Norte en donde descansan en paz más millonarios que en cualquier otra parte mundo. En ese punto perdido en el frío océano no solo naufragó el Titanic, sino que implosión el OceanDrive, ambas naves cargadas de ricos y famosos pasajeros tripulantes de sus respectivas épocas. Unos iban en el transatlántico más robusto de sus días, ese fatídico 15 de abril de 1912 cuando chocó con un enorme témpano de hielo, mientras los otros convertían esas mismas ruinas que yacen en el fondo del mar en una suerte de Disneyworld, en donde sueñan sus fantasías. Son historias paralelas unidas por el sueño trágico de querer ir más allá de lo humano, en ambas embarcaciones el dinero era lo menos importante, pues las fortunas sumadas de sus pasajeros y tripulantes eran de las más acaudaladas. La moraleja de ese par de episodios es que ante la fuerza de la naturaleza, todos somos iguales, muy vulnerables, y la cuenta bancaria es lo de menos. Los del OceanDrive tomaron un riesgo innecesario que les costó la vida. Solo los motivaba el riesgo, visitar los restos del buque más famoso de toda la historia. ¡Tremenda historia que aún está en desarrollo!

Eran simples seres humanos que buscaban una nueva experiencia y por accidente perdieron la vida. ¿Hubo pecado? Sí. Seguir su hambre de aventura y conocer más del mundo friki que nos rodea. Siempre habrá un riesgo en ir a buscar lo que no se nos ha perdido.

No podemos anticipar cuándo será nuestro momento y vivir con miedo tampoco es una opción. Nadie tiene la autoridad de juzgar a quienes siguieron su pasión, sus intereses y decidieron explorar las posibilidades que les da la vida. Experimentar, conocer y sentir en carne propia la majestuosidad del Titanic los llevaron al extremo. Ahora son una extensión de esa historia, que paradójico.

Somos dueños de nuestras propias vidas y debemos calibrar los riesgos y, como siempre, juzgar desde afuera es fácil y todos somos perfectos y correctos, pero bien sabemos que nada más lejano de esa sentencia. Cometemos errores, erramos decisiones. Hay cosas que salen mal como esa aventura, pero nadie puede juzgarla como si fuera su vida y conociera el desenlace.

Hay lugares que son sagrados o han sucedido cosas terribles, las tragedias no son una romería y deberían ser tratados como tal. Tal vez ni el Titanic ni el Everest están allí para la recreación, el turismo o realización personal de aventureros; es mejor dejar muchos lugares en su categoría de territorios tranquilos, en las alturas o las profundidades, en su esencia más natural, que nada los perturbe.

Vivimos una época en donde el mundo se hizo pequeño y hay miles de personas que quiere probar o experimentar que pueden llegar donde nadie ha llegado o vivir tal y como vivieron muchos antepasados, en medio de sus alegrías y tragedias. Una de las enseñanzas que nos deja el insuceso del multimillonario Hamish Harding y sus acompañantes es que nunca se debe minimizar el riesgo de satisfacer todas la curiosas aventuras que mueven al ser humano. Su éxito en los negocios no le garantiza el éxito en sus pasiones, pero al fin y al cabo se puede decir que murió como siempre vivió, un hombre al límite de sus proyectos.

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