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Paul Samuelson definió en 1938 la “Preferencia Revelada” como esa evidencia desde las decisiones del consumidor de lo que simplemente éste elegía. Luego nos encontramos que esta decisión no se toma siempre ni de manera racional ni con toda la información debida, pues hay casos en los que se revela una absoluta insensatez y una carencia total de información. Desafortunadamente, esto también ocurre en la definición de por quién votar, lo que nos hace evidente la fragilidad de la democracia. El concepto se aplicará para analizar la preferencia por un candidato incomprensible: Gustavo Petro.
Para las elecciones de última vuelta de 2018, se realizaron unos “Focus Group” con jóvenes que manifestaban su intención de votar por Gustavo Petro. La intención era entender la racionalidad y las expectativas que se tenían en torno a esta decisión. Los hallazgos fueron interesantes. Estos jóvenes no conocían muy bien las experiencias o situaciones de Cuba o Venezuela, no creen que eso pueda pasar en el país. No asocian que las propuestas de política de Petro puedan conducirnos a situaciones similares.
Existen hechos demostrables sobre las capacidades del candidato en su experiencia como gobernante, como por ejemplo, su baja aceptación ciudadana, alta rotación de funcionarios, muy baja ejecución, y decisiones arbitrarias contrarias al ordenamiento legal, generando sanciones de las entidades de control. Aún así esto no parece importarle a estos jóvenes. Tampoco tienen conceptos claros sobre los impactos económicos de medidas que el candidato propone y es preocupante el nivel de desconocimiento de conceptos económicos básicos para un asunto en que se define quien lidera las políticas económicas.
Dos cosas son evidentes en este ejercicio, un deseo de que el país cambie, …y en varios de ellos un resentimiento ancestral. En este análisis, se encuentra que Petro y su candidatura son un medio para expresar desacuerdo y en no pocos casos ira y rencor. Es un instrumento de castigo a una sociedad por la que sienten ellos, los ha maltratado.
Nos encontramos ante una situación de insensatez revelada que se ha profundizado en los últimos cuatro años, en la cual inquieta verificar que un porcentaje muy alto de la población adulta se encuentre en ese estado.
En este estado de cosas, las propuestas irresponsables e inviables de Petro, entre más pánico y desconcierto generen, más le gustan a este grupo de votantes. Así solo quedaría el expediente de los miedos contra los odios, dado que si puede más el miedo, pierde Petro. Hacer evidentes los enormes riesgos de destrucción que tiene la sociedad parece ser el camino de una campaña emocional donde se contrapondrán los miedos a los resentimientos.
Pero nos equivocaremos si nos quedamos con esa agenda precaria. En una encuesta a jóvenes publicada por Cifras y Conceptos en noviembre pasado, se muestra que ante esta elección los jóvenes se encuentran entre la esperanza y la frustración, y que de los candidatos esperan buenas propuestas para su principal preocupación, el empleo.
El punto central de la conversación de los jóvenes es el deseo de cambio, la búsqueda de una esperanza. Decir que defendemos la libertad y la democracia es insuficiente, por lo que debemos construir una propuesta de cambio real porque obviamente no estamos bien.
Sabemos que el desarrollo es posible. Quienes eran jóvenes en la posguerra en Japón o Alemania, o a finales de los 60 en países como Corea, Taiwán, Israel, Irlanda o España, construyeron una nueva realidad en sus países desde su decisión de emprender, aprender e innovar.
La propuesta es la revolución blanca, pacifica, en la que los jóvenes emprendan, aprendan, innoven, trabajen, creen un nuevo país, lo opuesto a la revolución de la generación pasada que degradó a Latinoamérica.