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Analistas 12/06/2019

¿Será que estamos listos?

Diego A. Santos
242 Media Director No Ficción

En 2018, las autoridades de Nueva Delhi (India) lograron rastrear a 2.930 niños perdidos en apenas cuatro días. Lo hicieron gracias a un experimento tecnológico de reconocimiento facial que examinó una base de datos de 45.000 niños de los barrios pobres de la ciudad.

En tanto, en Estados Unidos, también el año pasado, el American Civil Liberties Union realizó un experimento con una herramienta similar desarrollada por Amazon. En la prueba, la herramienta identificó de manera incorrecta, como exconvictos, a 28 miembros del Congreso, la mayoría afroamericanos.

La Inteligencia Artificial (AI) es cada vez más una realidad. A medida que la humanidad da pasos agigantados hacia una plena implementación de ésta en nuestras vidas, las discusiones sobre sus efectos se han multiplicado exponencialmente. Es por ello que surge la siguiente pregunta: ¿Estamos preparados como sociedad para convivir en nuestro día a día con la IA?

Sus beneficios son indudables. La IA es clave para las autoridades en la rápida identificación de criminales o personas perdidas. Ayuda a procesar en apenas unos segundos miles de millones de bits para detectar enfermedades y también permite que los humanos se despojen de la realización de tareas tediosas y se centren en operaciones que les permitan ser más eficientes, entre muchas otras cosas.

Sin embargo, también tiene elevados y peligrosos riesgos. No es una tecnología infalible, como lo demostró el ejemplo del American Civil Liberties Union; no está exenta de tomar decisiones erróneas, como sugerir una cura equivocada a un enfermo; también puede caer en errores de discriminación racial o inclusive peor, estando en manos equivocadas, podría ser un arma de destrucción masiva.

En Estados Unidos, el Congreso ha comenzado a estudiar el tema para entablar un marco regulatorio que no cercene los avances que se están logrando en torno a la IA, pero al mismo tiempo evitar que estos desarrollos terminen siendo ruedas sueltas sin control alguno, tal como pasó con internet y las redes sociales.

¿Qué han hecho de momento? Algunos congresistas han redactado proyectos de ley exigiendo a las empresas de desarrollo de IA una mayor transparencia sobre sus proyectos y alcances. A su vez, también han propuesto darle mayores herramientas a los usuarios para no entregar esa información privada de la que tanto se alimentan los algoritmos de estas máquinas para tomar o ejecutar decisiones.

En tanto, las empresas de IA abogan por la libertad absoluta y la autorregulación. Es por eso que en los últimos tres años y medio, el número de corporaciones con cabilderos en Washington para tratar el asunto pasó de 1 a 94. Hay mucho en juego.

Me pregunto, sin embargo, si esta debería ser una discusión exclusiva de los Estados Unidos. Ciertamente Europa, en temas de regulación tecnológica, ha ido trazando su propia línea. América Latina, no sé si por displicencia o ignorancia, ha sido incapaz de hacerse valer en este tipo de debates.

Puede que las corporaciones de IA sean oriundas de Estados Unidos, China o Japón, pero eso no las exime de no tener que trabajar con las instituciones locales o cumplir con unos marcos regulatorios que protejan a los ciudadanos de los países en que operan. Ya no podemos darnos el lujo de que la IA funcione sin leyes como lo han hecho las redes sociales.

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