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Esta es la pregunta que se hace un usuario que se hace llamar @vortex.artz_ en la popular cuenta de @lilmiquela, una influenciadora hispano-brasilera con más de 1,5 millones de seguidores en Instagram.
La hermosísima Miquela es una joven influenciadora de la marca italiana Prada y una activista muy vocal de los movimientos de “Black Lives Matter”, Lgbti, de habitantes de la calle en Los Ángeles y de la justicia para jóvenes menores de 18 años. Y no habla pendejadas. Es una berraca.
Tiene 19 años, es música, y su signo zodiacal es Tauro. Abrió su cuenta en 2016 y desde entonces ha publicado 370 posts. Puede llegar a los 100.000 likes por publicación, generar más de 2000 comentarios promedio y cada vez que sube un video, puede llegar hasta el millón de vistas. No en vano Prada se fijó en ella.
“Te amo”, “eres hermosa, qué ojos”, “das sentido a mi vida”, “¿cuándo vas a hacer un en vivo por Instagram?”, “¿has tenido cirugía plástica?”, “por Dios, ¿cómo puedes ser así de linda?”, “eres tan real”, son algunos de los cientos de miles de comentarios que ya suma en su cuenta. Un fenómeno inexplicable en tan poco tiempo.
No tan popular como Miquela, pero creciendo, está Shudu (@shudu.gram), una supermodelo negra que va camino en convertirse en otra poderosa influenciadora. En apenas 43 publicaciones ha obtenido más de 150.000 seguidores y ya es imagen de Balmain, la casa de moda de lujo francesa que fue adquirida por los cataríes por 500 millones de euros.
Miquela y Shudu hacen parte de un mundo distinto. Miquela y Shudu son robots. Ellas forman parte de una nueva tendencia que está comenzando a cobrar fuerza entre las marcas. Y al parecer, entre las personas. ¿Qué carajos nos está pasando?
El hecho va mucho más allá de una simple moda. En un mundo en lo que lo virtual es cada vez más real, Miquela y Shudu, así como Margot y Zhi, son apenas las cabezas visibles de un ejército de cuentas de robots en redes sociales que se vienen en el futuro y que le van a hablar e influir a nuestra juventud.
Frente a este inevitable fenómeno podríamos estar confirmando la imbecilización de la civilización o el comienzo de la construcción de un mundo “más bondadoso y humano” gracias a, qué ironía, robots. Pero esto es material para otra columna. La pregunta aquí es por qué las marcas están comenzando a apostarle tan duro a estos avatares. Existen buenos argumentos.
La protección de la marca, por ejemplo. Con un avatar, la compañía va a la fija y no depende de la volatilidad o los escándalos de una superestrella. Cuando Tag Heuer y Porsche se asociaron con la tenista Maria Sharapova, éstas lanzaron un mensaje al mercado de que comulgaban con los mismos principios y valores. Oh sorpresa cuando su modelo dio positivo por dopaje. Fue todo un escándalo. Un robot no haría eso.
Además de eso, avatares como Miquela no improvisan el mensaje de la marca. Una empresa como Prada tiene unas directrices de comunicación muy claras. Un humano no necesariamente las interpreta al pie de la regla. Miquela sí. Adicional, seguramente, es probable que la contratación de ésta última sea mucho más económica que una estrella de cine. Un gana-gana por todas partes.
El mundo definitivamente está cambiando a pasos agigantados. Es apasionante lo que se viene, pero la pregunta es si estamos preparados para ello. Ojo, será el mundo de nuestros hijos.