Entre Úrsulas y líderes

‘La Sirenita’ es una de las películas más recordadas de la generación millennial. Ariel, su protagonista, es una joven sirena fascinada por el mundo exterior y por la vida de los humanos. Como suele ocurrir en los clásicos de Disney, se enamora de un príncipe tras salvarlo de un naufragio. Para estar junto a él, acude a la bruja del mar, Úrsula, quien con la intención de sabotearla, accede a darle piernas humanas… a cambio de su voz. Y aunque parezca un cuento distante, esta escena se repite, aunque sin magia ni tentáculos, en el mundo laboral. En muchas organizaciones existe, de manera informal, un tipo de jefe que podríamos llamar las “Úrsulas”. No porque quieran arruinar vidas personales de los integrantes del equipo (aunque alguno habrá), sino porque silencian constantemente a quienes trabajan con ellos.

Las Úrsulas son jefes que no les permiten a sus equipos de trabajo expresar sus ideas ni participar con libertad en los proyectos. En reuniones, interrumpen, minimizan o descalifican en público. De forma casi imperceptible, su estilo se filtra en la cultura de la organización, hasta normalizar prácticas como invalidar comentarios, tomar decisiones arbitrarias, ejercer microgestión constante o instaurar un ambiente donde solo habla quien ostenta el cargo más alto.

Ahora, pensemos un momento: ¿podrían imaginar una semana sin hablar? ¿Cómo sería un día laboral sin poder decir lo que pensamos o sentimos? ¿Qué ocurriría si cada vez que intentamos aportar una idea alguien nos interrumpe o nos hace sentir que nuestra aportación no es válida? Cuando un empleado pierde su voz, también pierde autonomía, creatividad y propósito. Y una organización que apaga voces termina apagándose a sí misma: se vuelve menos innovadora, menos ágil y menos empática.

La voz es una de las herramientas más poderosas que tenemos los seres humanos. Decir lo que pensamos, en el tono que elegimos y con la intención que buscamos, es quizá una de las ventajas evolutivas que nos ha permitido lograr lo impensable: construir civilizaciones, impulsar transformaciones profundas y desarrollar tecnologías que han cambiado el mundo. En nuestras interacciones diarias, la voz es un instrumento de influencia, conexión y acción.

En el entorno laboral, cuando nos preguntan qué opinamos o nos invitan a presentar una idea nueva, sentimos que realmente somos tenidos en cuenta. Estos espacios no aparecen por casualidad, sino que dependen de líderes capaces de abrir conversaciones y de crear ambientes en los que las voces diversas sean escuchadas y valoradas.

Los grandes líderes comprenden el poder de sus palabras. Saben comunicar ideas y visiones de manera clara, inspiradora y coherente. A veces el mensaje fluye con naturalidad porque nace de la convicción; otras veces requiere valentía, porque implica alzar la voz frente a temas difíciles, abrir debates incómodos o cuestionar prácticas arraigadas para generar transformación; y en los momentos de mayor tensión, ofrece calma, transparencia y un sentido claro de dirección.

La voz también forma parte de la marca personal de un líder. Bien utilizada, transmite seguridad, experiencia y, cuando es necesario, vulnerabilidad. Un líder que domina su voz amplifica su presencia: se le escucha incluso antes de verlo entrar. Desarrollar esta habilidad toma tiempo, pero es esencial para conectar de forma auténtica, influir de manera positiva y orientar a un equipo hacia un propósito compartido.

Por supuesto, siempre habrá jefes que intenten apropiarse de la voz ajena. Pero los verdaderos líderes hacen lo contrario: rehúyen el papel de Úrsulas y trabajan para que cada persona de su equipo encuentre su propia voz y, sobre todo, la use sin miedo.