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Se le atribuye a Pierre Joseph Proudhon, uno de los principales pensadores del anarquismo del siglo XIX, la frase “el orden superior de todas las cosas es el orden natural; la anarquía” queriendo con ello señalar que las sociedades se organizarían de forma natural buscando el beneficio colectivo y, por tanto, la presencia del Estado es una imposición innecesaria que coarta la libertad. La concepción del anarquismo no tenía como premisa básica la violencia y el caos y la asimilación del concepto de anarquía al de caos probablemente se origine en las acciones del anarquista Mijaíl Bakunin quien justificaba la violencia como una acción revolucionaria para destruir el estado.
La ausencia de Estado desafortunadamente no lleva a ese mundo utópico que añoraban los anarquistas, sino que como lo bien lo había señalado John Locke, padre del parlamentarismo británico en el siglo XVII, en ausencia del Estado los más poderosos limitarían los derechos de los ciudadanos y por ello es necesario construir un poder representado en un gobierno que surja del consentimiento de la sociedad y que fije las reglas de juego de la convivencia y el bienestar. ”Donde no hay ley, no hay libertad” sentenciaba Locke.
Colombia se ha convertido en un laboratorio que demuestra qué tan equivocados estaban los anarquistas y qué tan acertado estaba Locke. Estamos entrando en la fase de lo que los americanos llaman un “estado fallido” por lo cual se entiende que la “estructura institucional ha colapsado total o parcialmente”, es decir la ausencia de Estado, si no en todo el territorio nacional, sí en una porción importante del mismo. Este laboratorio ha demostrado, como argumenta Locke, que en ausencia del Estado y de un gobierno que surja de la voluntad colectiva y que imponga la ley, los más poderosas imponen unas condiciones que coartan la libertad de los individuos mediante la imposición violenta.
Es cierto que en Colombia tenemos aparentemente los elementos y la institucionalidad propias de un Estado que mediante la representación popular promulga las leyes, ordena el quehacer del curso de la sociedad y vigila el cumplimiento de la ley. Aparentemente porque esa institucionalidad ha venido desmoronándose, cayéndose a pedazos al punto en que la legitimidad de esas instituciones es cuestionable o en el mejor de los casos ineficaz, y ello está llevando a la nación a un estadio de anarquía que no es aquella de la convivencia pacífica, sino la del caos y la violencia.
El Estado ha dejado de ejercer en grandes zonas de Norte de Santander, Vichada, Cauca, Antioquia y Nariño para mencionar las más protuberantes. Ante la ausencia de Estado allí imponen sus leyes los grupos irregulares. Y mientras esto sucede en el resto del territorio nacional donde todavía quedan jirones de ese estado formal prima la agitación por encima del deber ser de los gobernantes al punto que uno se pregunta acaso quién gobierna si la maquinaria estatal está dada al proselitismo.
Por su parte, la justicia es selectiva, politizada e ineficiente mientras el Congreso reclama su independencia, pero para la ciudadanía es claro que esa independencia se reclama para negociar con mejores cartas la burocracia, los beneficios, los sobornos y la permanencia.
Con este estado de cosas se agudiza la polarización y se abre el camino a posibles escenarios de autoritarismo de derechas o de izquierdas que de uno y otro lado buscarían aniquilar lo que queda de Estado dando el paso de la anarquía a la dictadura.