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Colombia, como un corredor que intenta volver al ritmo después de una lesión, no ha logrado regresar a los niveles de ahorro e inversión que tenía antes de la pandemia. En 2019 el ahorro equivalía al 14,2% del PIB, pero en 2022 se desplomó a apenas 7,7%. Aunque en 2025 repunta al 9,9%, la distancia con los tiempos de bonanza es clara. La inversión tampoco está a salvo: pasó de representar el 23,8% del PIB en 2015 a 17,6% en 2024, apenas recuperándose a 20,7% en lo corrido de este año. Es decir, seguimos con una economía que no logra juntar recursos suficientes para crecer de manera sostenida.
Las razones del bajo ahorro se entienden al mirar a cada actor. Los hogares consumen de forma intensa, llegando a representar en promedio 76% del PIB en gasto de consumo en 2025, frente al 67% en 2005. Esa propensión al consumo está atravesada por la desigualdad: con un coeficiente de Gini de 0,55, gran parte de la población vive al día, lo que convierte al ahorro en un privilegio de pocos. En el sector empresarial, la falta de competitividad se refleja en utilidades limitadas y en un déficit comercial persistente, que llegó al 3% del PIB en 2024. El Estado tampoco ayuda, con un desahorro equivalente al 5,2% del PIB, producto de déficits fiscales que se acumulan.
El otro factor que asfixia la capacidad de ahorro es la poca liquidez. La masa monetaria en Colombia equivale al 48,8% del PIB, un nivel bajo comparado con el 75% de Chile, el 116% de Brasil o el 99% de Estados Unidos. Esta restricción impide que el sistema financiero canalice recursos hacia proyectos productivos con la misma facilidad que lo hacen otras economías. Y a eso se suma un entorno con escasas alternativas de inversión, educación financiera limitada y una cultura del corto plazo que refuerza el ciclo.
Las consecuencias son palpables. Con un ahorro reducido, la inversión se frena, la innovación es baja y el mercado de capitales se achica. La negociación de acciones en bolsa para Colombia, que en 2010 alcanzó 7,9% del PIB, cayó a 1,2% en 2024. Mientras tanto, los más grandes inversionistas colombianos han dirigido su interés hacia afuera. En 2024 se registraron más de 15.800 contratos de corresponsalía y oficinas de representación de firmas extranjeras ofreciendo productos en el país, desde ETFs hasta servicios de banca de inversión. En contraste, el número de emisores locales ha caído de 354 en 2020 a 322 en 2025, un retroceso que confirma la falta de dinamismo del mercado doméstico.
El país, en lugar de obsesionarse solo con los síntomas, tendría que concentrarse en la fisioterapia económica de fondo: generar confianza, ampliar la liquidez, mejorar la productividad empresarial y, sobre todo, crear condiciones para que ahorrar no sea un lujo, sino una costumbre posible para la mayoría. En economía, como en atletismo, el retorno a la forma no se da con atajos, sino con disciplina y constancia.
Si Colombia quiere volver a correr sin cojear, tendrá que replantearse su cultura financiera y su estructura de incentivos. El ahorro y la inversión no son meros tecnicismos de estadística macroeconómica; son los músculos que sostienen el crecimiento de largo plazo. Y mientras sigamos apostando más al consumo inmediato que al futuro compartido, el riesgo será quedar rezagados en una pista donde los demás ya volvieron a correr a toda velocidad
El comercio no es una guerra silenciosa entre compradores y vendedores. Es un intercambio voluntario en el que ambas partes ganan, siempre