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Analistas 03/12/2025

Oportunidad vs oportunismo climático

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Cuando todo es cambio climático, nada es cambio climático. Si cada vez que cae un aguacero excepcional exigimos a los países del norte global que paguen por el televisor que se dañó por la gotera, es muy poco probable que lleguemos a un acuerdo global acerca de las trayectorias adaptativas que debemos seguir para evitar el colapso ambiental, lleno de incertidumbres.

Si todo lo malo pasa por la dependencia del petróleo y hay que acabar con él, a las buenas o a las malas, hay que dejar de ser hipócritas y aprender rápido a vivir sin la cooperación noruega o británica, o con el comercio emiratí, o con la complicidad callada con la invasión rusa a Ucrania, o con el contrabando iraní de crudo desde Venezuela, temas que bien podrían, pero probablemente no serán, los de la cumbre propuesta por el gobierno colombiano en Santa Marta en 2026 para hacer bulla electoral local con resonancia global acerca del “phase out” de los combustibles fósiles.

Porque para muchos, lo único que importa del cacareado diseño de las rutas de descarbonización es atacar con ellas las economías de sus enemigos políticos. O de los amigos, porque Brasil y México saben que sin el petróleo, no hay transición.

En la Cop 30 de Belém no se logró una referencia a la eliminación de los combustibles fósiles como parte de los acuerdos no por falta de evidencia científica sobre su papel en el cambio climático, sino por el evidente maniqueísmo y oportunismo en que ha caído la discusión: si es el capitalismo global el que con su modelo recalienta el planeta, podemos reencauchar las viejas tesis que lo cuestionaban sin tomarnos la molestia de ver que el mundo ha cambiado y que la demanda creciente de energía no se va a suplir así quememos todo el petróleo que queda, porque estamos frente a un salto tecnológico que ningún país podrá dejar de afrontar: la pelea entre Deepseek y Chatgpt es solo un episodio caricaturesco de la transformación computacional que los gigantes usarán para expandir su presencia en el planeta.

Colombia, entretanto, desmantela Ecopetrol y confía en una revolución agroecológica de pequeños productores que, de consolidarse, deberá afrontar un déficit fiscal cercano al 70% del PIB, producto de un gasto social que indudablemente debemos hacer, pero como inversión, no como argucia electoral para mover los indicadores y hacernos creer que estamos ante un escenario de transformaciones estructurales sostenibles.

La oportunidad de construir una agenda adaptiva capaz de articular la elusiva bioeconomía con el reemplazo del petróleo pasa por una agenda de innovación. Pero la innovación, ajustada a las condiciones sociales y ecológicas del territorio, cuesta, y Colombia insiste en invertir cada vez menos en ello (reconociendo que el ministerio del ramo ha incluido la perspectiva intercultural), pese al aparente respeto por la ciencia con el cual gritábamos en la cumbre climática.

Los únicos coherentes en Belén fueron los pueblos indígenas, que exigen respeto a sus modelos de vida libres de petróleo o industrias extractivas, porque son quienes pueden y saben vivir sin ellas, con sus disidencias culturales, claro está; no son sectas. La declaración, imprecisa, retórica y temeraria, de que la Amazonía colombiana es un territorio libre de ellas, corresponde a un imaginario donde la deforestación no es el resultado de la expansión del agronegocio (incluida la coca), y que los desastres que cada época invernal trae ya no son culpa de la exposición al riesgo y la destrucción de suelos y biodiversidad en páramos y bosques de montaña a manos de uno de los modelos más ineficientes de producción de cualquier país, incluido el latifundio y el minifundio. Porque el problema sí es de ciencia, solo que es más conveniente, convincente y oportuno utilizarla en TikTok cuando conviene a las causas electorales.

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