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Analistas 06/05/2023

Mastropiero en Bogotá

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

Lo encontré a la salida de su concierto de despedida, afuera, comiendo mazorca y conversando con los revendedores de boletas que lo estaban tratando de convencer de llevarlas a mitad de precio, como souvenir. Le pedí un autógrafo, a lo que accedió con afecto. Me gané una huella digital de mantequilla, de ñapa.

El más grande compositor latinoamericano de todos los tiempos vino a Bogotá y no precisamente al Bime, acompañado de sus eternos (y únicos) intérpretes para hablar de su casi excesiva obra musical, con lujo de detalles. Hacía falta que pusiera la cara ante su público, que lo demandaba, después de 50 años de vida discreta, injustamente tildada de trivial y musicalmente letal. Habrá que ver quien gana la demanda. Según Wikipedia, se presumía muerto a manos del esposo de alguna de sus supuestas amantes, pero su presencia vívida en el escenario despejó las dudas: no vino ninguna.

Al ver que parecía estar un poco solo, tal vez abrumado por la nostalgia que implicaba la despedida de Les Luthiers y la perspectiva de olvido de su música, le pregunté si alguna vez había tenido la tentación de escribir alguna obra acerca de la crisis ambiental, más por hacerle charla que por verdadero interés en el tema. Pero se lo tomó a pecho y aspirando profundamente el contaminado aire de la 30, indudable inspiración para corregir su inexcusable falta, tosió y empezó a tararear. Con su tarareo conceptual, se entiende. Algo entendí de sostenibilidad en medio del ruido de los carros y los gritos de los vendedores ambulantes y me escabullí, para dejarle solo con su tusa. De la mazorca. Me di cuenta que había detonado un potencial esfuerzo prodigioso, una nota de responsabilidad social y empresarial con la que sellar su repertorio y no quise correr el riesgo de que me asociaran con él.

Al final, sin embargo, gana la gratitud por el gran hombre que me sorprendiera a los 14 años con el “Calypso de las píldoras” y la “Candonga de los colectiveros”, mis dos únicas fuentes de educación sexual en el colegio. Desde entonces escucho con fidelidad masoquista toda su obra, con la expectativa de aprender algo más. Mis hijas, duras e inclementes, resienten que sus vidas estén impregnadas de la sabiduría de Mastropiero, debido a los malos chistes de sus Luthiers, que han tenido que escuchar infinitamente de mi boca: son inevitables, como las plagas. No mis hijas, aclaro.

En épocas de confusión epistemológica, como la misma banda reconoció hace años en una de sus más profundas piezas musicales, su música ha sido un bálsamo. Un semillero infinito de interpretaciones del mundo y un agujero negro del talento, que no escapa de su esfera de atracción. Para la ciencia, un acervo maravilloso de hipótesis acerca del arte y su misteriosa relación con el comportamiento humano, al tiempo que una fuente de deterioro mental incalculable, como evidencia esta nostálgica columna. Gracias, Maestro y gracias infinitas a Les Luthiers por haberlo traído a Bogotá en esta, su última gira, aunque le hayan permitido revelar secretos íntimos que nunca hubiésemos querido saber. No se les vaya a quedar...

La dupla Matropiero/Luthiers, que obviamente es un sexteto, ha construido una constelación de innovaciones tecnológicas inexplicablemente sin patente o estudio de impacto ambiental, llena de errores afortunados, que como los del ADN han hecho evolucionar la vida de manera maravillosa. También, hay que decirlo, con algunas mutaciones, pero sabemos que en sus manos siempre, siempre, serán las más divertidas. Loas a todos, todas y todes Les Luthiers.

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