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Analistas 13/02/2023

Glampiñero

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean

¿Es usted propietario de un zancudero inhóspito? ¿Está cansada de pagar predial por un rastrojo? ¿Se le quedan las guayabas y las mandarinas podridas en el potrero? ¿Tiene un vecino con cascada? ¡Es hora de montar su glampiñero, la alternativa turística para atraer parejitas con moto, ávidas de ron, reguetón y “naturaleza”!

Viajar por Colombia en renolito y pedir permiso para acampar en alguna finca era a menudo la única opción para quienes queríamos tener vacaciones alejados de las ciudades y una experiencia distinta del mundo, lo que sin duda se lograba: las carreteras hace 50 años eran apenas trochas y las varadas, épicas. Ya se comía bueno donde había camiones parqueados, porque “ellos sabían”. Se conseguía Colcana. Surgieron los centros vacacionales de las cajas de compensación, bendición para las familias numerosas, porque los niños pasábamos felices el día entero en las piscinas, alimentados con leche condensada para reponer la energía, mientras unas señoras en batola vociferaban e inexplicablemente se la pasaban todo el día lavando ropa y pelando yuca para los señores, reyes domésticos que se sentaban a “vigilar los niños”. Terminábamos ardidos como camarones, pero tan cansados que podíamos dormir a 50 grados de temperatura en carpas diseñadas para el páramo y que en las tormentas se inundaban si uno osaba tocar con la punta del dedo el techo de lona o quedaba mal puesta la sobrecarpa. Entonces la naturaleza eran los grillos, las lagartijas y las cucarachas, la arena o el barro por todas partes, la felicidad.

Nada como la nostalgia para adobar la precariedad, que ahora tiene otras pretensiones y ha llenado el país de ofertas de “glamping” por doquier gracias a cierta paz, cierta valoración de lo silvestre, cierta accesibilidad. Para la mayoría de viajeros, una experiencia única en la vida: levantarse a escuchar algunas de las 1954 especies de aves de Colombia, o recorrer senderos llenos de palmas nativas y orquídeas silvestres es realmente incomparable… si hay alguien para explicar un poco.

Disfrutar la belleza del paisaje se incrementa con algo de geología, de historia y geografía. Saber algo más que los nombres de las cosas adereza la experiencia, conversar de la crisis climática con temor y esperanzas a la vez, en medio del verde, reconforta, compartir con gente local inspira: ese es el reto a los programas de “ecoturismo”, que florecen por todas partes gracias al mercadeo digital, pero a menudo representan industrias informales sin chimeneas que, sin embargo, contaminan más, no consumen productos locales y presumen con glamour arribista de paisajes que no conocen y llenan de tirolinas precarias o paseos multitudinarios que destruyen de buena fe el mismo patrimonio que vinieron a disfrutar o ayudar a proteger, a menos que se planteen otros estándares y no glorifiquen el mal “paseo de olla” que convierte todo en basurero.

La sostenibilidad del turismo es cosa seria y si bien el postcovid trajo una apreciación del campo, la biodiversidad y la vida rural, hay que hacer un esfuerzo para capacitarnos y hacer de nuestros nuevos apetitos la fuente de salud mental y bienestar que anhelamos, y para todo ello, se requiere recuperar el conocimiento y respeto del territorio que la vida urbana nos ha robado: salir como zombis a consumir “naturaleza” no le ayuda mucho al planeta. Bienvenida la creciente oferta de glampings, con sentido; como todo, no dejemos que una buena idea acabe pauperizada…

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